Bonet de San Pedro cantaba una pregunta metafísica: “¿Rascayú, Rascayú, cuando hayas muerto qué harás tú?”. Y respondía con una prueba científica: “Un cadáver nada más tú serás”. Corría el año 1943 y la censura prohibió emitir en la radio lo que ya era una canción popular. Fueron varias las razones y rumores que corrieron: que si era una falta de respeto a los difuntos; que las autoridades se la tenían jurada porque sabían que el músico mallorquín era un desafecto al régimen; que en aquella postguerra aún moría gente de hambre; que también mataban la tuberculosis, la sífilis, la viruela, el tétanos, la poliomielitis, el tifus, la anemia, el sarampión, la leucemia… No había penicilina para todos, y algunos se enriquecían con las medicinas mediante el contrabando y el estraperlo. Entre aquella música alegre y el constante aumento de difuntos, pocos repararon en los últimos versos sueltos que decían: “Hizo amistad con muchos esqueletos que salían bailando una sardana”. Y que el sepulturero cantaor deducía: “estos muertos se me han revolucionado”.
Los muertos de estas semanas trágicas ya no se revolucionan. Pero sí, desde su eterno silencio y desde sus restos en espera de urna, sepultura o fosa, denuncian lo que ha pasado, pasa y pasará hasta no se sabe ni cuándo ni cuántos cuerpos sin vida se convertirán en fría estadística y dolor para sus familias. Los médicos forenses comprueban y cuentan que los cadáveres hablan porque las autopsias desvelan más verdades que las autobiografías, los obituarios o los honores póstumos. Que a uno no le llegó el fármaco a tiempo. Que a otro lo almacenó su familia en una antesala de la muerte y le olvidó hasta que ha sido demasiado tarde. Y que a otro, tan fuerte, joven, sano y bien cuidado se lo llevó antes de hora esta nueva danza de la muerte. La respuesta tópica para tertulias de sabihondos será que el sistema no está preparado para todo esto. Como si cada uno de los extintos y de los que están en la inexorable lista de espera de la muerte no fuesen también sistema.
Viene a cuento todo ello porque a veces ocurre que las riadas, los incendios, las catástrofes, las crisis o los muertos se acumulan de repente y sin preaviso. Es lo que ha pasado en Barcelona. La idea de una funeraria municipal de la alcaldesa fue otro de sus líos y fracasos. Los antiguos nichos de Montjuïc se le hundieron por dejadez. Tuvo que cerrar el crematorio de Collserola para que no contamine. Ha doblado y cobrado los impuestos de nichos y tumbas en el día más desgraciado. El nuevo tanatorio privado de sus amistades en Sants no funciona y el vecindario se le opone. No consta que haya tenido ni valor ni sensibilidad suficientes para visitar los depósitos de difuntos que se instalan de urgencia en los hospitales y animar a quienes trabajan en ellos… Y sin música ni letra de humor negro, se podría preguntar: ¿Hada Ada, qué harás tú?.