Quizá no sepan quién es Jim Fixx. A finales de los años 70 del pasado siglo, escribió un libro titulado The Complete Book of Running, que causó sensación. Sostenía que una dieta sana, lo que él entendía por sana, y salir a correr era la receta de la longevidad y, fuera verdad o no, vendió libros como para vivir libre de preocupaciones el resto de su vida. Por desgracia, el resto de su vida no duró demasiado. Una mañana de 1984, en Greensboro, Vermont, EE.UU., salió a hacer footing como solía y a los pocos pasos cayó al suelo fulminado por un infarto masivo. Tenía 52 años y las arterias hechas un asco.
Eso no quita que correr se haya convertido en una moda obsesiva. De esto hace ya tiempo. Correr por la ciudad, completamente disfrazado con leotardos y zapatillas de deporte, es ya un vicio del que se presume con orgullo. Es, incluso, algo sofisticadísimo. Porque uno va a una tienda de deportes y pide unas zapatillas y ríanse ustedes del número y tipo de yogures en un supermercado. Para elegir la adecuada para los pinreles de uno hace falta un doctorado, lo menos. Eso sí, no se dice footing, sino running, y al tipo que sale a correr lo llaman runner, pero pronunciado ráner.
Cuando el 2 de mayo abrieron la veda y dejaron salir a los runners, se desató la intemerata. Consultados amigos y conocidos, coincidieron todos en que el número de corredores era inusitadamente alto. Salieron runners» de hasta debajo de las piedras. ¡Venga! ¡A correr todos, ahora que se puede! Sin embargo, cianóticos, sudorosos, superados por la falta de práctica apenas a cien metros de casa, tentaban la suerte. Me gustaría saber si alguien tiene a mano la estadística de soponcios de aquel día. Pocos días después, se ha moderado la cosa.
Medio en serio, medio en broma, el otro día preguntaron en la radio si echarse a correr era de cobardes. Dependerá, digo yo, si uno echa a correr al ataque o en retirada, aunque algunas veces sostengo que el valor es un caso extremo de cobardía. En cualquier caso, es un debate que me queda lejos, porque yo soy de los que sale a pasear a primera hora.
Camino una hora toda seguida y disfruto del saludable paseo. Con cuidado, eso sí, porque runners ya no hay tantos, pero los que quedan van a piñón fijo, en línea recta, y ya te apartarás. La calle es suya. Uf, uf, uf, los oyes venir, y uf, uf, uf, los ves pasar de largo, unos con orgullo y otros con evidente falta de costumbre, echándote todo el aliento en la cara y el cogote.
Que no se te lleven por delante. No se apartan. Unos, porque van apabullando al mundo con su supuesta superioridad; los otros, porque están en estado catatónico, en una especie de trance, y ya no saben ni lo que pisan. Unos y otros son, muchas veces, los mismos.
Algo parecido ocurre a ambos lados de la plaza de Sant Jaume. A un lado, el inefable señor Torra corre como una gallina descabezada, atropellando cualquier acuerdo a su paso, pisando los callos de sus socios de gobierno, creyéndose el único representante legítimo del pueblo elegido y el etcétera que ustedes prefieran, que ya lo tenemos todo dicho. Al otro lado, los pagafantas de Colau, incapaces de llamar a las cosas por su nombre y descubrir que el independentismo es Vox con otra bandera. En fin…
Hacer deporte es sano y hacerlo con afición y moderación, más. Correr no es lo mío, pero me felicito por la felicidad de los que corren. Conozco a más de un runner y espero que me perdone la broma de hoy, aunque es muy cierto que muchos corredores van por ahí con el «ya te apartarás» escrito en la frente. Eso lo mantengo.
Sin embargo, viendo lo que estos días dicen y se dicen nuestros representantes políticos, no me extraña que la gente se eche a correr como si vieran a Godzilla saliendo de las aguas del Port Olímpic. Estoy por imitarlos.