El Ayuntamiento de Barcelona debería estar trabajando ya con sus 7.500 empleados para ver cómo se puede organizar una jornada laboral con horarios que no contribuyan a los cuellos de botella en las entradas y salidas de la ciudad, abrir las horas de incorporación y de final de jornada, fomentar el teletrabajo y activar pronto las vacaciones anuales.

Tendría que haberse subido al carro de quienes han visto venir el problema que supondrá la nueva normalidad, desde los FGC a TMB pasando por el RACC, para ayudar a la Generalitat y a las patronales en un plan para evitar el colapso y echar mano, de momento, a un escalado de las horas punta. ¡Qué menos que las propias administraciones públicas empiecen por hacer que los funcionarios, sus trabajadores, colaboren!

Desde el lunes pasado, Barcelona ha sobrepasado en varias ocasiones el límite de CO2 en la atmósfera que recomienda la Unión Europea. Es cierto que pesa mucho el anticiclón, pero también lo es que apenas estamos al 60% del tráfico normal y solo un 30% por encima del momento más bajo de la reclusión. Qué ocurrirá cuando volvamos a las andadas.

¿Qué ha de hacer la ciudad para que sus habitantes mejoren –o no empeoren-- su calidad de vida? En buena lógica, el consistorio tendría que estar pensando en una nueva movilidad que aproveche la circunstancia del coronavirus, que tantas sensibilidades ha despertado entre quienes observan la claridad del aire, la disminución del ruido y el regreso de la fauna urbana.

Sin embargo, los planes municipales de movilidad pasan, básicamente, por eso que llaman la “pacificación de las calles”, un concepto en incluye el cierre de tramos al tráfico de “vehículos a motor” que alcanza ya los 500.000 metros cuadrados en fin de semana, pero que solo excluye a coches y motos, no a patinetes ni bicicletas a motor. Una idea que consiste en declarar la guerra a ciertos vehículos y abrir espacios de finde para el paseo, actividades de ocio y el deporte; o sea, para la fiesta juvenil. Y es que, al parecer, Barcelona, con 350.000 personas mayores de 65 años (el 22% del censo), tiene que ser una verbena callejera.

¿No sería mucho más razonable favorecer el uso del transporte público y evitar su colapso con fórmulas imaginativas como las que sugieren las gentes que entienden? Me pregunto por el sentido de cerrar calles al tráfico de coches y motos con la intención de que, por ejemplo, los barceloneses de Via Laietana –¿en qué tipo de ciudadanos debe pensar Ada Colau como habituales de ese eje troncal de la ciudad?-- bajen a jugar con sus niños al asfalto. Mientras tanto, los autobuses que circulan por allí se desviarán por otras zonas menos afortunadas a repartir los decibelios que se ahorran las familias jóvenes vialaietanas y party friend.

Barcelona debe ser más sostenible y pacífica, sí. Pero favorecer las bicicletas y los patinetes no puede ser la única fórmula. Tiene una oportunidad única para salir del bache del Covid-19 haciéndose más verde y sostenible atendiendo a sus propios habitantes, no solo a unos que supuestamente se pasan el día en la calle y se apasionan por las fiestas, incluidos los conciertos en los terrados por caros que sean. La ciudad es más que eso, bastante más.