Por un millón y medio de euros, Gemma Tarafa ha inventado un plan de socorro para salvar a barceloneses con trastornos mentales. Dicha señora es concejala de Salud, Envejecimiento y Curas. Pomposo cargo que induce a confusión mental en lo que a curas se refiere, ya que las comuneras como ella sienten animadversión al clero. Por eso, encasillarlos en una concejalía de salud es estigmatizarlos como enfermos por su opción de castidad. Así que Tarafa y asociadas incurren en la homofobia que hay que combatir, en la heterofobia y en más fobias cada día. Como se sabe que las fobias son un trastorno mental, lo lógico es que el protocolo de salvamento de personas trastornadas empiece en su propia concejalía.
Auxiliar a toda clase de majaretas es cosa buena. Por eso ya hay una lista de espera más larga que las de los hospitales recortados y la de rebrotes víricos en Lérida que amaga la informática Alba Vergés. Y como la de muertes esfumadas en las listas del gobiernillo que dispensa a gotas la farmacéutica Meritxell Budó. Por tanto, el plan demencial de Tarafa continuará por sus vecinas más afectadas de los nervios en la plaza San Jaime. Luego, será el turno de su jefe, el gestor de seguros y comercial de la ratafía que malvive acoquinado en su despacho prestado. Otra personalidad con prioridad es la alcaldesa Colau, ya que si recae en sus cambios de conducta podría auto-retratarse en cueros en su coche, en su retrete o en plena calle, según le mande su asesora Águeda Bañón, estrella de la post-pornografía.
También deberá someterse al tratamiento mental el nuevo asesor de lujo madrileño y autor del terrorífico cartel alucinatorio que publicita: “Barcelona tiene mucho poder”. Una malévola e insultante alusión a que en la Ciudad Condal mandan las empoderadas podemitas de Madrid y Galapagar. Frente a ello y con las fronteras cerradas, las embajadas catalanas estudian cómo hacer llegar el tratamiento de madame Tarafa a Waterloo. Porque el Forajido número uno de Cataluña no acepta psicoanalizarse en un diván de la Generalitat. Y menos ahora, que gestiona un negocio carcelario en Bolivia con respiradores servidos por la Hermandad de los Comín.
El plan Tarafa de lucidez mental en siete días es admirable si despeja dudas razonables. ¿Hay recursos suficientes para toda la cupijería descerebrada y dementes seniles que cortan la Meridiana? ¿Se desplegará por Área Metropolitana, provincia, áreas y sub-áreas sanitarias, barriadas o clases sociales? ¿Comenzará en Pedralbes o con los feroces okupas de Trinitat Vella amigos de juventud de Colau? ¿Acabará todo a palos entre machirulos y femirulas cuando se descorche la violencia hasta ahora confinada? ¿Tienen las fuerzas del orden material adecuado para garantizar la seguridad de psicólogas, asistentas sociales, monjitas de la caridad, curitas y sexólogas, si se necesitan? Y lo principal del plan Tarafa: ¿saben que trastornos mentales como la idiotez, la imbecilidad y la tontería no tienen ni cura ni remedio, se retroalimentan y se contagian con igual velocidad que su propia necedad?