A estas alturas de la pandemia resulta sorprendente encontrar empresas de todo tipo que aún funcionan a medio gas. Y sin motivo aparente.
La mayor parte de las oficinas bancarias están al mínimo, con colas de clientes en la calle sin una razón sanitaria que lo justifique. El verdadero motivo es que la mayoría de los empleados están sometidos a un expediente de regulación temporal de empleo (ERTE), lo que provoca que las sucursales solo puedan atender a una o dos personas a la vez, aun y teniendo espacio y distancias suficientes para despachar a tres o cuatro al mismo tiempo.
Los servicios telefónicos de atención a los clientes están en las mismas condiciones restringidas, algo que no se puede entender cuando el trato no es presencial. El 010 de Barcelona, por ejemplo, se ha vuelto imposible. Es inútil contar con él. Y uno se pregunta por qué sigue funcionando como en el momento más duro de la reclusión cuando ya hemos salido del estado de alarma.
El flujo de tráfico rodado, por ejemplo, ya supera el 90% del que registra la ciudad habitualmente por estas fechas. Pero si un conductor necesita acudir al taller de un concesionario le van a decir que están de guardia, solo para urgencias y que pida cita previa. El ingenuo automovilista puede encontrar un espacio de 300 metros cuadrados en el que solo trabaja un mecánimo, o como ahora se llamen estos operarios, con una hilera de coches en espera de su turno.
El secretario general de Empleo de la Generalitat, Josep Ginesta, se refiere a la actitud “conservadora” de las empresas a la hora de acabar con los ERTE, y lo dice en el sentido de que no saben exactamente qué medidas de seguridad van a tener que emplear para evitar los contagios al volver a la nueva normalidad o represa.
Pero me tempo que eso solo es una parte de lo que realmente sucede. Los expedientes de regulación temporal de empleo son necesarios y, además, como defiende el Banco de España, en algunos sectores tendrán que mantenerse durante más tiempo del previsto. Pero se han convertido también en el recurso fácil de las empresas que han visto el chollo de ahorrarse sueldos a costa del Estado y sin levantar ampollas entre sus trabajadores, que cobran por estar en casa sin consumir subsidio de desempleo. Y que lo apuran para aprovecharse de la situación.
Haría bien la Agencia Catalana de Consumo en ampliar sus investigaciones y no solo reparar en los pillastres que quieren levantar la camisa a los damnificados por las supensiones de vuelos y cancelaciones de reservas.
Mucho me temo que la España de Rinconete y Cortadillo sigue tan viva como hace tres siglos y que, por más que les pese a los independentistas, en este capítulo Cataluña no se distingue de la más pícara de las Españas.