Más inseguridad, dejadez en el espacio público, mayor desigualdad entre barrios y más familias en la mesa de emergencia habitacional, más personas durmiendo en la calle, movilidad desordenada, falta de equipamientos y de inversiones, enfrentamientos y litigios prácticamente todos los sectores económicos de la ciudad y criminalización de muchos de ellos. Este podría ser el resumen del estado de la ciudad tras el primer año de este mandato del gobierno de Colau y del PSC; una coalición que lejos de revertir la política sectaria y de retroceso de los comunes en los últimos cuatro años, la sostiene con una ausencia de visión y de proyecto de futuro, con un gobierno centrado en el autobombo y la propaganda ante la incapacidad para desarrollar una gestión eficiente.
Si ya antes de la crisis provocada por el Covid-19 el balance no era muy halagüeño, ahora la situación es sumamente preocupante. Barcelona ha visto menguado su liderazgo nacional e internacional en muchos ámbitos. Ha perdido y sigue perdiendo oportunidades y eso ha generado una desilusión generalizada. Ante esta situación se hace más necesaria que nunca la celebración de un debate monográfico sobre el estado de la ciudad, tal y como hemos pedido desde Ciudadanos tanto al gobierno municipal como al resto de formaciones políticas del consistorio.
Desgraciadamente, Barcelona no tendrá ese debate ni ese ejercicio de obligada transparencia que merecen los barceloneses, porque Colau y Collboni han vuelto a impedirlo con la inestimable ayuda de sus habituales socios y cómplices separatistas, que solo piensan en Barcelona como un campo de batalla en el que desatar su furia y el caos a voluntad. Ese pleno específico que pedíamos ha acabado siendo relegado a un mero punto más del orden del día del pleno del pasado mes de mayo.
El rechazo del gobierno a abordar la situación de la ciudad y su gestión de la crisis es una muestra más de que no tienen mucho que contar y sí mucho que callar. La alcaldesa ha estado escondida, sin dar la cara ni ofrecer explicaciones durante semanas, incluso llegando a ausentarse del pleno justo cuando llegaba el momento de responder a las preguntas de la oposición. Una actitud que dice mucho del liderazgo que no ejerce y de la confianza que no tiene.
En este primer año del pacto sociocomún el balance vuelve a ser lamentable. No hay ni un índice que haya mejorado con respecto al mandato anterior y se han tomado decisiones de difícil explicación por la inversión y los puestos de trabajo que generaría, como es el rechazo a la instalación del Museo Hermitage o ese plan de no movilidad que ha conseguido más congestión, más obstáculos para la recuperación del comercio y menos seguridad vial.
La incorporación del PSC al gobierno de la ciudad está resultando más decorativa que de auténtica influencia en aquellos temas de relevancia para la ciudad. La realidad es que a los socialistas les gustan las mismas cosas que a Colau pero las visten de manera algo diferente. Su lema en esta coalición es: estar pero no ser.
La ciudad sigue padeciendo las consecuencias de las políticas erráticas de los últimos cuatro años. A ello hay que sumar un incremento de las tasas e impuestos municipales desproporcionado que penalizará aún más a muchas familias, autónomos y pymes de la ciudad en plena crisis. Los socialistas han renunciado a cogobernar para convertirse en la mera música de fondo que acompaña cada despropósito de Colau.
Si hacemos un repaso exhaustivo de este primer año de mandato podemos llegar a entender el miedo de Colau y de Collboni a dar explicaciones. Si en 2015 el riesgo de pobreza y exclusión social era del 15%, dicha cifra se elevaba antes de la pandemia ya a más del 22%. Las personas sin hogar en Barcelona han aumentado un 72% desde que Colau es alcaldesa. A estos preocupantes datos en materia social hay que sumarle la gran inseguridad que sufre la ciudad y que se ha convertido en el principal problema de los barceloneses.
Luz Guilarte es concejal en el Ayuntamiento de Barcelona por el grupo municipal de Ciutadans (Cs)