Al independentismo no le gusta el español, y ese es otro motivo por el que no le gusta Barcelona. La semana pasada hablaba de Ernest Maragall como claro ejemplo de persona que poco o nada tiene que ver con los valores de Barcelona. Pero es que el independentismo se obceca en chocar frontalmente con todo lo que es y representa Barcelona.
Durante estos últimos días hemos podido ver de nuevo la aversión que tiene el independentismo a la lengua española. La consellera de Cultura, Mariàngela Vilallonga, dijo que iba a dar un toque de atención a TV3 porque, según ella, a veces se escucha “demasiado castellano en TV3”.
Podríamos entrar en reflexionar sobre cómo y de qué modo pretende la consellera Vilallonga dar un toque a TV3, cosa que nos daría para un artículo completo hablando del uso de los medios públicos con fines políticos, pero me gustaría centrarme en el sectarismo que se deriva de sus palabras, su aversión al español y relacionarlo con lo que es Barcelona y su área metropolitana.
TV3 es la televisión pública de todos los catalanes, y por lo tanto, tiene todo el sentido del mundo que en ella se refleje la diversidad de la población catalana. Pero el independentismo no entiende de diversidad. El objetivo del independentismo es la homogeneización, y para ello, el uso del español en Cataluña es un obstáculo.
Vaya por delante, aunque no debería ser ni necesario mencionarlo, que no tengo ningún interés en que el catalán pierda implementación, y que, siendo mi lengua materna me siento muy cómodo con el hecho de oírlo en radio y televisión, pero con lo que no me siento nada cómodo es con el intento de exclusión hacia todo lo que suene a español. No solo porque sea parte también de la cultura de todos los catalanes, sino porque no soporto los intentos de homogeneización del independentismo.
La realidad social de Cataluña, aunque les duela, no es la de Vic u otras zonas del interior. Barcelona molesta, precisamente, porque no forma parte de la realidad que imagina el independentismo. Barcelona es una ciudad plurilingüe, cosmopolita, y siempre ha estado orgullosa de serlo. Siempre hemos llevado con orgullo ser la puerta de España a Europa y siempre hemos llevado a gala escribir en catalán y español, y para colmo, haber sido una gran capital literaria a nivel mundial durante años.
Al independentismo le molesta la Barcelona que acogió a Vargas Llosa, la Barcelona de la que estaba enamorado Ruiz Zafón. La Barcelona abierta al mundo que habla en castellano, en catalán y en muchas más lenguas. Desgraciadamente han conseguido que es Barcelona haya perdido brillo. En palabras de Juan Soto Ivars: “Barcelona ha ido provincianizándose con el paso de los años (...) Creo que Madrid ha adelantado a Barcelona como ciudad literaria". Y esto no es casual. Soto Ivars afirma no achacarlo directamente al procés, pero yo considero que el odio al español y la aversión a toda la producción literaria en español tiene bastante que ver con el declive actual.
La gestión que se lleva a cabo desde la administración catalana tiene mucho que ver con la mala situación en la que nos encontramos en términos globales. Al mando de la Generalitat tenemos gobiernos sectarios que son capaces de tratar como incidencia que un alumno decida hacer la selectividad en español. Una Generalitat que por boca de su consellera de Cultura afirmaba el otro día respondiendo a Ciudadanos en sede parlamentaria que las lenguas propias de Cataluña son el catalán, el aranés y la lengua de signos catalana. Es todo un despropósito. Y más sabiendo que, tal como le recordó Sonia Sierra, la lengua materna de la mayoría de los catalanes es el español, lengua que, según la consellera, no es más que “una más” de “las más de 300 otras lenguas diversas que se hablan en las calles catalanas”.
Al independentismo se le hace insufrible asumir la verdad. Se le hace insoportable que muchos entendamos que tan nuestro es el catalán como el español. Intentan vender una imagen de opresión y vulnerabilidad lingüística inexistente y obvian que España ha sido felicitada en múltiples ocasiones por la protección y preservación de las lenguas minoritarias. Aquí algunos amamos el catalán y el español a partes iguales, y otros, sencillamente, quieren eliminarlo.
Barcelona tiene mucho que decir ante esta situación. Como barceloneses podemos decidir si queremos ser parte del proceso de empequeñecimiento de nuestra tierra o si queremos ser parte de la solución. Si queremos ser, como gran metrópoli, garantes de la defensa de nuestra cultura y firmes defensores de la libertad, no solo lingüística, sino de toda libertad. Si mantenemos nuestra visión amplia del mundo, nada podrá hacernos pequeños, y podremos hablar, pensar y escribir como nos apetezca.
Fernando Carrera es periodista y Secretario de Organización de Barcelona pel Canvi