Yo, qué quieren que les diga, echo en falta que los periódicos hablen del cocodrilo del Pisuerga. También podrían hablar, como cada año, del tiburón que asoma para sembrar el pánico en la playa de Sitges, pongamos por caso, que luego resulta que era un merluzo con un flotador. O del caballero don Radhakant Bajpaiahora, el personaje con los pelos de la oreja más crecidos del mundo, según el Libro Guinness de los Récords. No estaría de más un reportaje sobre los daños y perjuicios de llevar chanclas en la oficina. Naturalmente, los reporteros sustitutos tendrían que hablar del calor que hace, ya que estamos en verano, y los especialistas de las cosas del corazón despellejar a la reina porque saludó a la prensa calzada con alpargatas a rayas en vez de calzar alpargatas a topos, o viceversa, en su aparición anual en Mallorca.
Ah, sí… Un verano desprovisto de noticias del verano, valga la redundancia, es una birria de verano, o algo mucho peor: una pesadilla. Tal es el caso de este mismo verano. Tenemos que considerar que el azar o el destino, ambas caras de una misma moneda, nos ha obsequiado con una epidemia que ha puesto en evidencia que España no funciona del todo bien. Quien dice España dice Cataluña o Barcelona, no se van a librar las partes del todo.
Las alpargatas de la reina ya no son noticia, pero sí su suegro, el golfo pérsico, y lo escribo con minúsculas porque es un juego de palabras, no sé si lo pillan. Ya nadie discute sobre la idoneidad de llevar chanclas en la oficina, porque tantos las llevan en casa; unos, porque se han quedado sin trabajo, a dos velas; otros, porque tienen que teletrabajar a la fuerza. A unos y a otros la situación les supera y no ven una salida a corto plazo. ¿A largo? Me temo que tampoco.
Encienden el televisor o escuchan la radio y el alma les cae a los pies. La incompetencia manifiesta en el asunto de los rastreos, la prevención, la planificación, la atención primaria, etcétera, de nuestros líderes patrios nos lleva a un repunte generalizado de la pandemia en todas partes. La gente hizo grandes sacrificios y consiguió frenar al puñetero virus. Las autoridades, con meses por delante para pensar, planificar y actuar, han demostrado sobradamente no estar a nuestra altura.
Hay quien afirma, con indecente alegría, que Cataluña es la Dinamarca del sur, pero es evidente que necesitan un Horacio que, inclinándose sobre Hamlet, responda: Something is rotten in the state of Denmark. En efecto, algo huele a podrido en Dinamarca. Y ya puestos, en su capital también.
Aprovechando el ruido y el desconcierto, suceden cosas extrañas en la política municipal. Se paga a una empresa para realizar un muestreo de las aguas fecales para detectar el Covid-19 que ya realiza Aigües de Barcelona; el debate sobre el modelo de movilidad urbana que queremos no existe, pero se toman medidas a discreción; se subvencionan algunas asociaciones de amigos (un clásico de la política municipal de tirios y troyanos, también hay que decirlo); cada vez oigo hablar de más problemas de okupas, narcopisos y violencias y la justicia dice que un bombero que puso una cámara de video en el vestuario de las chicas puede volver al trabajo. Mal asunto.
En la Generalitat también se empeñan en ponerlo todo más difícil todavía, o mucho peor. Los partidos que nos mandan están enloquecidos, no responden a razones y juegan a apuñalarse entre sí mientras el país está patas arriba. Las únicas acciones de gobierno conocidas estos días son nefastas: la supresión de las becas comedor este verano o un decreto sobre el alquiler de pisos turísticos que da alas a la más salvaje especulación son dos claros ejemplos. Lo de gobernar es una utopía y el daño a las instituciones es constante e inmenso. No tienen más que una fijación en la cabeza, el poder prescindir de cualquiera que no piense como ellos, y harán lo que sea para conseguirlo. Y así nos vamos a hacer daño, ojo.
Visto el panorama, desearía que los noticiarios volvieran a ser los de cada verano, cuando la actualidad se iba de vacaciones y ya no era noticia en agosto. Entonces, un especial sobre el cocodrilo del Pisuerga nos reconciliaría con la vida, digo yo.