Según las últimas estadísticas de los Mossos d’Esquadra publicadas por Metrópoli Abierta, el segundo delito más cometido en Cataluña durante el año pasado fue el de estafa. Con 79.000 casos registrados en Barcelona y su Área Metropolitana, se mantienen la tradición y la leyenda de que Barcelona es la gran encisadora. Palabra que puede traducirse como encantadora, tentadora o seductora, entre otros significados que se ajustan como condición necesaria y como media de seda a toda estafa. Porque por un lado hay quien la comete. Y por otro quien resulta estafado por avaricioso, bobo, cretino, ingenuo, ignorante o vanidoso, entre otras modalidades. Es una historia que se remonta a cuando en la ciudad archivo de la cortesía y albergue de extranjeros tomaron el pelo al mismísimo Quijote. O a cuando alguien vendió una compañía de tranvías a un pueblerino ambicioso.
Cuenta la policía autonómica que pululan por la metrópoli falsos técnicos, abogados, médicos, administradores de fincas, impostores, extorsionadores de asuntos sexuales, traficantes de billetes falsos y una larga lista de engañabobos mediante las artes clásicas de embaucar y otras cibernéticas. La cuestión es que alguien engaña a alguien que se quiere pasar de listo, por lo cual a veces resulta más simpático el estafador que quien busca euros a cuatro céntimos. El fichero de estafadores que han vivido y trabajado en Barcelona y cercanías es más largo que los antiguos listines de teléfonos, y en él constan apellidos ilustres de la alta y mediana sociedad, ricachones y aristócratas de baja cama. En todos los casos, siempre hay una puesta en escena lo bastante lujosa como para deslumbrar al incauto. Así que igual se hace quebrar una banca muy catalana como se saquea un palacio musical o se montan falsas empresas para vaciar las arcas públicas.
Una de las estafas más clásicas que tuvo lugar en Barcelona o en Madrid, según cada leyenda local, fue la venta de un tranvía a un palurdo rural. El hecho fue llevado al cine el año 1959 en un cortometraje dirigido por Joan Estelrich e interpretado por José Luis López Vázquez, entre otros figuras de entonces y de siempre. Se titula Se vende un tranvía y formaba parte de una serie que se titularía Los pícaros, pero que no continuó por culpa de la censura. Era cosa seria, ya que el barcelonés Estelrich trabajó con Bardem, Orson Welles, Berlanga, Buñuel y Fernán Gómez entre otros grandes del neo-realismo y del surrealismo.
Que Barcelona continúe siendo la ciudad que lidera la estafa a la catalana reconforta en tiempos de decadencia de casi todos sus ámbitos. Y que el actual Ayuntamiento siga empeñado en revender un tranvía por la Diagonal, que fue rechazado y desguazado en un referéndum socialista, tiene su gracia. Como la tiene que anden de por medio una alcaldesa y unas concejalas a las que nadie razonable les compraría ni una bicicleta de segunda mano. Menos aún cuando sus admirados anarquistas de la Rosa de Fuego volcaban y quemaban tranvías con los conductores dentro.