El independentismo lleva años enmarcándose dentro del relato épico de una Cataluña que lucha contra ese malvado estado opresor que le cercena libertades de forma constante. Han conseguido vender momentos históricos una y otra vez, y han conseguido plagar el calendario de supuestas efemérides que celebran casi siempre de forma tan exaltada que normalmente nos acaba regalando algún contenedor quemado y algún que otro enfrentamiento con la policía.

Al final, el nivel de propaganda es tan abrumador que parece que solo el independentismo haya conseguido momentos importantes a lo largo de estos años. Eso provoca que muchos recuerden de forma selectiva lo sucedido incluso en el corto plazo. Si nos dedicamos a analizar los medios de comunicación afines a la locura separatista nos daremos cuenta de que prácticamente cada mes hay minutos y minutos dedicados a alguna “efeméride” independentista. Esto hace que a menudo olvidemos como se plantó cara en todos y cada uno de esos momentos a la deriva separatista. A veces llega a dar la sensación del que el secesionismo ha ido de victoria en victoria cuando en realidad, lo único que ha conseguido hasta la fecha es un fracaso tras otro a todos los niveles, desde el rechazo internacional hasta el hecho de poder ver que sus líderes no han cumplido ni una sola de sus promesas.

Aunque a menudo se nos olvide, quienes no somos separatistas también encontramos nuestras “efemérides”. Es importante recordar el punto de partida. Durante años fueron muchos quienes vivimos nuestro sentimiento de amor a España y a Cataluña a partes iguales con una mezcla de silencio y resignación. Silencio para que no les etiquetara el rebaño supuestamente mayoritario y resignación pensando que la cosa pasaría y se les dejaría vivir en paz. Tras años de resignación vimos como quienes pretendían separarnos etiquetaban, insultaban y faltaban al respeto a todo aquel que se atrevía a alzar la voz. Vimos como empezaban incluso a pisar nuestros derechos. Hasta el punto en que vimos que pretendían desgajarnos de nuestro país sin importarles lo más mínimo actuar como verdaderos caciques totalitarios.

La respuesta afortunadamente no se hizo esperar. Barcelona fue el enclave en el que los constitucionalistas nos dimos cita para decir bien alto que no íbamos a permitir el golpe que el separatismo pretendía asestar a nuestra democracia. Que no íbamos a permitir que vulneraran nuestros derechos. Que éramos ciudadanos libres y no íbamos a tolerar que se nos excluyera de la vida pública. Daba igual lo que cada uno de nosotros pensáramos a nivel ideológico. No importaba si éramos de izquierdas, de derechas o de cualquier otra cosa. Lo importante era que éramos demócratas y no íbamos a dejar que los totalitarios ganasen la partida. Al menos no sin resistencia.

Sociedad Civil Catalana fue capaz hace ahora ya tres años de canalizar esa respuesta. Las manifestaciones de hace tres años fueron clave para lanzar un mensaje que resonó no solo en Cataluña, sino en el mundo entero. Fue un momento con impacto a todos los niveles. Ver a Enric Millo abrazado a Iceta mientras sonaba la canción de amigos para siempre fue probablemente una de esas decenas de imágenes que yo, particularmente, guardo para el recuerdo con un cariño muy especial.

Fueron muchas las manifestaciones en las que nos encontramos los demócratas de todo signo entorno a dos banderas que simbolizan mucho más que cualquier consigna. Miles de banderas españolas y catalanas que expresaban a la perfección lo que muchos sentimos todavía a día de hoy. Que somos catalanes y españoles, y que nadie va a conseguir que dejemos de serlo. Por más que intenten cuestionar nuestra catalanidad etiquetándonos siempre como a fascistas sin darse cuenta que, somos probablemente los únicos que defendemos la democracia en este circo dantesco en el que nos han instalado los partidarios del separatismo.

Debemos recordar estos momentos, porque solo recordándolos uno coge la energía suficiente para no abandonar la lucha por la democracia.

Es cierto que es duro y cansado mantenerse firme frente a los separatistas, pero es imprescindible no desfallecer. Es necesario recuperar el espíritu de hace tres años. Es imperativo mantenerse firme frente a los totalitarios que pretenden hacernos creer que sus artimañas tienen algo que ver con la democracia cuando en realidad no son más que burdas estrategias para imponer su fanática arbitrariedad saltándose toda norma. El constitucionalismo sigue vivo pese a las cuitas de los partidos políticos. Las calles siguen siendo también nuestras y nunca dejaran de serlo. En Barcelona y en cualquier rincón donde quede un demócrata de verdad, seguirá habiendo esperanza. Nosotros, la gente, seguiremos siendo la verdadera resistencia contra el totalitarismo en Cataluña.