Demostrando que es de bien nacidos ser agradecidos, Ada Colau se ha negado a retirarle el premio Ciudad de Barcelona que se le concedió en 2015 a Ciutat morta, el documental de Xavier Artigas y Xapo Ortega que tan útil le fue para hacerse con la alcaldía en su momento. Los indepes se han puesto de su parte y la moción del PP ha pasado a mejor vida: ya pueden ponerse todos a planear la retirada de la medalla de oro al rey emérito, que eso sí que es urgente.
Personalmente, la retirada de honores oficiales siempre me ha parecido una pérdida de tiempo. En el caso del emérito, lo más probable es que ya se haya fundido la medallita para financiarse la existencia en su peculiar exilio (comprobando, tal vez, que debajo de la fina capa de oro no hay más que plomo). Y en el de los directores de esa obra maestra de la manipulación que es Ciutat morta, que les echen un galgo: seguro que se han gastado los 7.000 euros del premio y, además, no ha vuelto a saberse nada de ellos desde que el señor Artigas, que también formaba parte de la productora del engendro, chapó la empresa tras ser acusado de irregularidades contables y acoso sexual (en su momento, haciendo gala de una discutible gallardía moral, los cineastas se negaron a darle la mano al alcalde Trías en la entrega de premios, pero se embolsaron los monises, pues ya se sabe que las revoluciones -o, en su defecto, las birras -no salen gratis).
Aunque no sirvan para nada, las retiradas de honores tienen, eso sí, cierto valor simbólico. A un borbón que se da el piro para no dar explicaciones al populacho se le puede quitar la medalla de oro de la ciudad para dejar bien claro que no se está de acuerdo con su manera de ir por el mundo. A dos seudo cineastas tramposos que convirtieron en héroe anti sistema a un sociópata como Rodrigo Lanza -quien, no contento con dejar hemipléjico a un guardia urbano, luego asesinó a un señor en Zaragoza porque no aprobaba sus tirantes-, se les puede decir que nos lo hemos pensado mejor y que hagan el favor de devolver un premio que nunca merecieron y que solo recibieron gracias a un proceso de enajenación colectiva y a las ganas de los convergentes, entonces en el ayuntamiento de Barcelona, de hacerse los progres y los alternativos. Unas ganas que siguen vigentes, como demuestra la reciente actitud del concejal Mascarell ante la propuesta del PP (supongo que en su ambiente cualquier iniciativa del PP se rechaza de entrada, sin detenerse a estudiarla).
Desde el asesinato del señor de los tirantes, los defensores de Rodrigo Lanza han estado inusualmente callados. No hemos oído decir nada al respecto a Jaume Asens, que en Ciutat morta acusaba a los jueces de todo tipo de atrocidades contra ese pobre muchacho cuya mamá, además, presidía Iridia, una ONG que a día de hoy sigue recibiendo pasta de los comunes. Tampoco se ha pronunciado su abogado de antaño, Gonzalo Boye, un hombre que elige cuidadosamente a sus clientes entre lo más selecto de la sociedad, como es del dominio público. Ada ha tenido la oportunidad de enmendar mínimamente un desaguisado, pero ha preferido mantenerse en sus trece, reconociendo implícitamente que la serie de resultonas patrañas que contenía Ciutat morta le fue muy útil para llegar a donde ha llegado. En fin, a veces hay que apoyarse en un psicópata chileno, a veces en un político franco-español que te considera un mal menor, pero lo importante es medrar, ¿no?