Barcelona vivió ayer, un año más, el aniversario de la Constitución. Y digo vivió y no celebró porque para muchos de los políticos barceloneses pareció ser un domingo cualquiera.

Desgraciadamente a la Constitución le van saliendo cada día más enemigos. Desde aquellos que beben de las afirmaciones del Vicepresidente Pablo Iglesias que considera que la Constitución es “el papelito aquel de 1978” hasta aquellos que la odian por el hecho de ser su principal obstáculo para colmar sus delirios separatistas.

El estado de derecho y la democracia descansan en la garantía política de la lealtad de los poderes públicos y la garantía social de la vigilancia de los ciudadanos. En Barcelona y en España, la lealtad de los poderes públicos es más que cuestionable desde hace tiempo, máxime cuando parte de ellos esgrimen cada vez que pueden sus ataques frontales a la Constitución .

Vivimos en una tierra que se dedica a homenajear a nacionalistas golpistas como Companys. Vivimos en una ciudad en la que el respeto por la ley brilla por su ausencia incluso entre muchos de sus dirigentes, que son capaces de defender los cortes de la Meridiana o la presencia de manteros en nuestras calles como si de un derecho se tratase.

Quienes quieren incumplir la Constitución para sacar réditos políticos se dedican sistemáticamente a tratar de denostarla, y lo mismo hacen quienes viven instalados en la creencia de que la Constitución no es más que otra herencia del franquismo. Ese interés por mezclarlo todo no es nuevo. No es casualidad que de lo único que sean capaces de hablar desde las cuentas de los cargos públicos de Podemos (o como quieran llamarse en Barcelona) sea de la anécdota que ha ensuciado las celebraciones espontáneas que se han vivido en la ciudad durante el día de la Constitución. Ese interés por mezclarlo todo no es más que el interés por manchar la Constitución con connotaciones que no le son propias.

En nuestra ciudad, como en muchas otras, quienes no vivieron la guerra ni la dictadura se obcecan en reabrir heridas que conocían de oídas. El odio cerril que destilan al hablar de la Constitución algunos de los seguidores de Pablo Iglesias en nuestra ciudad hace que tenga sentido recordar aquello que dijo Suarez en 1977. "Sería estéril pretender fundar nuestro futuro sobre un presente que reviva con pasión e ira antiguos antagonismos". Esto que ellos olvidan no debemos olvidarlo el resto.

Además sorprende que quienes más obsesionados parecen encontrarse con el debate de las libertades parecen desconocer que cuando Felipe González estableció el 6 de diciembre como día festivo en toda España lo hizo para celebrar la recuperación de las libertades tras los años negros que vivió España previos a la Constitución. Imagino que muchos políticos del consistorio barcelonés lo desconocen, pero imagino que de saberlo, no podrían estar en desacuerdo con la celebración institucional que este día merece.

Porque la Constitución es justo eso. Es el marco en el que los ciudadanos de España recuperaron sus libertades, y es el marco que, a día de hoy, todavía garantiza nuestras libertades cuando otros pretenden cercenarlas. La Constitución Española es la última línea de defensa de los demócratas en Barcelona. Esto  evidentemente, no implica que la ley deba convertirse en cultura política, pero debemos reconocer que suele ser la solución a los constantes desatinos de nuestros gobernantes.

Los ciudadanos nunca hemos perdido la fe en la Constitución. Son los políticos quienes tratan de convertirla en simple papel mojado por su falta de respeto a las leyes. Para nosotros, los ciudadanos, la única garantía que nos queda es la Constitución. Ante políticos que viven pensando de que forma pueden burlar la ley. Ante políticos que buscan constantemente el recoveco por el que meterse para retorcer los textos legales y salirse con la suya. Ante todos ellos, lo último que nos queda, es la Constitución.