Como dijo un gran sabio, el consumo de proximidad es tener el supermercado a la vuelta de la esquina. Todo lo demás son zarandajas.
No es poca cosa poder ir andando a hacer la compra. Imagínense esas urbanizaciones de extrarradio, de casitas adosadas con jardín, donde los vecinos tienen que desplazarse en automóvil para comprar una barra de pan, porque el comercio más cercano está a media docena de kilómetros de casa. Envidiábamos el American Way of Life y es un asco, de verdad, y quizás precisamente por eso lo importamos. Qué tontería, cuando teníamos el plan de L'Eixample de Cerdà, que era una maravilla, aunque contó, en su época, con toda la burguesía catalana en contra y hoy… En fin.
Todo esto porque leo que el Ayuntamiento de Barcelona pretende gastarse diez millones de euros en productos ecológicos, de proximidad y de temporada. Leí esto, así, de sopetón, y casi me da un soponcio. Imaginé enseguida diez millones arrojados a la hoguera del altar de lo guay, lo chachi, yupi, cuando tan bien irían en pagar becas comedor para tanta gente que las necesita.
Lo digo porque me vinieron a la cabeza tantos cuentos y leyendas que no tienen base científica alguna, de los que una cierta progresía hace bandera. Hablo de esa gente pija que come sin gluten porque... No sabe muy bien por qué, ya que ninguno es celíaco, aunque quizás practique la homeopatía o sea víctima del coaching. En este terreno crece la tontería con inusitada fiereza, bien lo saben ustedes. ¡Ay, cuánto añoro esa izquierda que entendía el progreso como algo indisolublemente unido a la ciencia y al pensamiento racional!
Palabras como "ecológico" y "sostenible" han perdido su verdadero significado, si alguna vez lo tuvieron, por mal uso y abuso del término. Algo parecido ocurre con los "productos de proximidad". Si nos centramos en ellos, ¿qué consideramos "proximidad"? ¿De cuántos kilómetros hablamos? Porque, a ver, dependerá de la respuesta que en Barcelona no podamos consumir nada "de proximidad" que no hayamos cultivado en el balcón, y si 50 kilómetros son "de proximidad", ¿por qué no 100 kilómetros?
No me malinterpreten. Simplemente señalo que un producto cultivado en Marruecos y consumido en Barcelona, por ejemplo, puede tener asociadas menos emisiones de dióxido de carbono por kilo que uno cultivado en la misma provincia. Dependerá de muchos factores, y no todos son fáciles de calcular. Los cultivos intensivos e industriales consumen muchos menos recursos por kilo de producto que los mal llamados "ecológicos", por ejemplo. El medio de transporte también cuenta, no sólo los kilómetros. Quizá sea más limpio un largo viaje en barco de miles de toneladas de fruta que un viaje de un cajón de productos del huerto en la furgoneta, calculado en emisiones contaminantes por kilogramo, sin entrar en el asunto de la seguridad alimentaria, que es toda una historia.
Vale. El producto se cultiva "cerca". Pero ¿qué me dicen de los abonos, la maquinaria o los embalajes? ¿También son "de proximidad"? Quien dice "de proximidad", dice "ecológico" o "sostenible". Hablamos mucho y no hemos dicho nada.
Un problema serio es que no existe un sello fiable, garantizado y de fácil lectura que indique las emisiones de CO2 por kilo o el consumo de agua por kilo en los productos que podemos comprar. Si no tenemos esta información, no podemos comparar y cualquiera con un poco de morro podrá presumir de "ecológico" por cualquier cosa.
A mí me gusta poner el ejemplo de las bolsas de plástico. Contaminan, es cierto; no sé si habrán oído hablar de los microplásticos. Donde más contaminan es en aquellos países que carecen de políticas de reciclaje de materiales plásticos, en Asia, también hay que señalarlo. Se proponen las bolsas de papel como sustitutivas. Bueno, pues fabricar una bolsa de papel cuesta diez veces más energía que una de plástico, con las emisiones de efecto invernadero asociadas. Entonces, una de tela… Las de tela, ¡cien veces más que las de papel! Sin contar con que hay que lavarlas de vez en cuando, claro, vayan sumando emisiones. En definitiva, si no queremos plástico en los mares, o reciclamos intensivamente o multiplicamos las emisiones de gases de efecto invernadero.
Tenemos que escoger y siempre perdemos algo. Nadie dijo que iba a ser fácil. No todo es cerca o lejos, aunque yo, sinceramente, preferiría que se gastasen esos diez millones que he dicho en dar de comer a los niños que lo necesitan.