Desde que los socialistas perdieron el Ayuntamiento de Barcelona, persisten en una de las ideas que les llevó a la ruina política, económica y moral. Es la de atravesar Barcelona con tranvías, arrasar la Diagonal, desmenuzar L'Eixample y martirizar a los municipios vecinos. De cuando en cuando, vuelven a la carga, esperando que se olvide que perdieron su propio referéndum sobre el armatoste rodante hasta en barrios socialistas que regalaron la alcaldía a Xavier Trias. Con su ataúd eléctrico a cuestas, Clos y Hereu vuelven al cementerio de elefantes socialistas para buscar algún camarada con carisma que les ponga un tranvía. A falta del mismo, Ada Colau es la candidata a tranviaria en jefe, con Collboni como guardavías, y socios de aquel tripartito con ERC como el príncipe Portabella en los servicios.
Como los tiempos se han movido y se precisan más medios y material sanitario que tranvías y urbanistas especuladores, Cs, PP, JxCat y BCN pel Canvi se oponen a un proyecto que será inviable aunque prometan poner raíles el próximo otoño, si el virus lo permite. Pero más allá del derroche y del desbarajuste urbanístico que causarán, olvidan que juegan con el fuego de la bestia más negra y odiada de Barcelona, y que el inconsciente colectivo jamás perdona y pasa factura histórica.
En la tradición, historia y costumbres de Barcelona el tranvía es su pesadilla y su ira. El transporte maldito desde que rodó por la ciudad con tracción animal antes de la electricidad. El tranvía ha mutilado y matado a muchos barceloneses. Las madres ocultaban a sus críos bajo las faldas cuando pasaba uno. “Cuidado con el tranvía” ha sido la frase más escuchada por generaciones que la llevan clavada en su memoria del miedo. Un tranvía mató a Gaudí, y ahora quieren que otro tranvía mate a Cerdà. En cada revuelta social, fueron apedreados, quemados, volcados y convertidos en barricadas. Los vecinos lincharon a sus conductores. La prostituta María Llopis (apodada La Quaranta cèntims) lideró el grupo que volcó uno cuando la Semana Trágica. La huelga por los precios del tranvía de 1951 fue la primera protesta popular contra la dictadura franquista.
Cuando el alcalde Porcioles retiró el último, la ciudad se alegró y se circuló mejor. Luego, alcaldes socialistas montaron un Trambaix y un Trambesós para acercar ciudades vecinas hasta la Diagonal. Y la perversa idea de la alcaldesa es unirlos con otro que desvertebrará su odiado Eixample burgués. Le da vueltas al asunto desde hace años sin lograr consenso ciudadano y político. Y ni consigue entender la frase popular que dice: “da más vueltas que el 29”. Porque el 29 era el tranvía de circunvalación que rodeaba una y otra vez la ciudad y volvía siempre al Arc del Triomf sin pasar por su barrio. De ahí que su obsesión era y es tan insensata, que Puigdemont la consensuó. Pero como ahora hasta el partido de aquel forajido se opone, Ada tiene tiempo para darle vueltas y marearse más de lo habitual.