Mi viejo amigo J. sufre una variante leve de claustrofobia. Cuando se hace de noche, se le cae el mundo encima y es incapaz de quedarse solo en casa, picar algo, engancharse a Netflix e irse a dormir. Necesita salir, preferentemente para quedar a cenar con alguien. Yo, que le he acompañado en algunas de esas cenas, observo que a partir de la medianoche se va calmando y considera seriamente la posibilidad de volver a casa: es como si hubiese algo siniestro entre las ocho y las doce, algo que lo expulsara de su domicilio durante el tiempo necesario para que el hogar vuelva a ser un lugar seguro. Si no encuentra a nadie con quien cenar, J. cruza la calle y se mete en los cines Icaria, que los tiene delante de su domicilio, y se traga lo que le echen: lo importante es reintegrarse a su apartamento pasada la hora de las brujas.

La pandemia le acaba de gastar una mala pasada al pobre J. Los cines Icaria van a estar cerrados quince días (en principio, ya veremos si la cosa no se alarga) y su claustrofobia doméstica se va a quedar sin su solución de urgencia. Sufro por él y no descartaría la posibilidad de sacarlo a pasear cada noche de no ser porque hay toque de queda. Y, por cierto, hay más cines que cierran, o que solo abren de miércoles a domingo. De hecho, la sesión de noche ha sido eliminada desde que se decretó el toque de queda, así que el horror de J., ahora que lo pienso, lleva bastante tiempo en marcha. Esta misma noche le llamo para cerciorarme de que no ha metido la cabeza en el horno.

En cualquier caso, me temo que la pandemia solo es un clavo más en el ataúd de las salas de cine y que, en un futuro no muy lejano, éstas pueden acabar desapareciendo de la faz de la tierra. Como los diarios de papel. O los discos. O tantas otras cosas que la red ha convertido en obsoletas. Diarios y discos ya solo los compramos los que tenemos una edad o dos. Chapan quioscos (caen como moscas hasta en el Paseo de Gràcia) y tiendas (¿quién se acuerda ya de aquel imperio del disco que fue Castelló, con sus diferentes sedes en la calle Tallers?). Chaparán los cines porque los televisores cada vez son más grandes y se ven y se oyen mejor. La intención de Warner Brothers de colgar sus 21 películas del 2021 en HBO Max ya apunta en esa dirección, y aunque sea muy bonito (para los representantes del mundo viejuno) lo de ir al cine y recordar los grandes momentos pasados a oscuras en ellos desde la infancia, no es de extrañar que la gente prefiera ver las películas en casa. La ficción nunca se interrumpirá porque todos necesitamos que nos cuenten historias, pero, con tantas plataformas de streaming, ¿quién va a experimentar la necesidad de salir a la calle y meterse en un cine? La experiencia no es siempre satisfactoria: te puede tocar un cabezón delante, o un niño detrás, de esos que dan patadas en el respaldo del asiento, o te pueden despistar las pantallitas de los móviles, o igual te da asco (como es mi caso) el pestazo de las malditas palomitas…

Siempre me ha encantado ir al cine, pero a las cuatro de la tarde, cuando no hay apenas nadie, cuando estás prácticamente como en casa. La experiencia comunitaria, reconozcámoslo, me la pela. Compro algún disco de uvas y peras y cada vez hay más días en que paso de la prensa de papel. Soy consciente de que muchas alegrías de mi mundo están pasando a mejor vida, pero, curiosamente, me lo tomo con una pachorra digna de mejor causa. El que me preocupa es mi amigo J. Esta misma noche le llamo.