Un amigo me pidió que, por favor, intentara escribir alguna cosa que no condujera de cabeza a la desesperanza. Se me pasó por la cabeza hablarles de fútbol, religión de la que no tengo ni idea. Me han dicho muchas veces que el Barça es como una copia en esperpento de Cataluña; sin embargo, ahora parece que Cataluña es una copia en esperpento del Barça. Indagué y descubrí problemas con el dinero del club, un presidente que visita los calabozos y otro que, deslumbrante su rostro tirante de bótox, abraza maniquíes de Messi. Desistí de hablar de fútbol. Me supera.
¿Con qué distraer a mis lectores, por una vez? Por ejemplo, con las celebraciones de San Napoleón en plena Guerra de la Independencia. Vamos allá.
La corte que hacía la pelota a Napoleón Bonaparte en Francia buscó frenéticamente una manera más exagerada de honrarlo. Napoleone, en original, viene de "Nápoles" y "León" y es un nombre italiano. A finales del siglo XVIII, San Népolo, con la misma raíz, entró en el santoral católico. Pero con Népolo no había suficiente; tenía que ser Napoleón, porque se les había ocurrido celebrar el santo del jefe con toda la liturgia y parafernalia, como la monarquía francesa celebraba su San Luis, rey de Francia, que también es mi santo patrón, mira por dónde.
Un poco a lo bruto, colaron a San Napoleón el 16 de agosto de 1803 en un calendario civil del Consulado. La Iglesia protestó, pero no estaba para armar demasiado ruido, con los franceses en Roma. Suerte que intervino el obispo de Tournai dos años después. El personaje interpretó un texto latino con una liberalidad asombrosa y una etimología fantástica. Resultó que un obispo de Alejandría, mártir por más señas, Neopolis, del que nadie nunca antes había oído hablar, se veneraba antiguamente en Roma. Según el obispo de Tournai, se iba de Neopolis a Napoleone pasando por Neopolum y Napoleo en un pispás, y ya tenemos San Napoleón.
El obispo de Tournai se quedó a gusto, es evidente, pero los demás no se quedaron cortos. Con el beneplácito del obispo, colocaron la festividad de San Napoleón el 15 de agosto, ya en 1806, coincidiendo con la festividad de María. ¡Ahí es nada! El papa, una vez más, quiso protestar. Pero optó por mirar a otra parte y esperar tiempos mejores.
Y ahora llegamos a Barcelona, dominada por los franceses desde 1808. Entre nosotros, a Barcelona le iba bien bajo Bonaparte. Se abrieron fábricas, comercios, cafeterías, billares y bibliotecas, hubo paz y buen gobierno. Sin embargo, el pueblo llano no parecía satisfecho y los alrededores preferían a Fernando VII. Por eso intentaron ganar al pueblo celebrando por todo lo alto las festividades religiosas, que era cosa entonces de mucha afición.
Pero, ay, nosotros veíamos a los franceses como (cito) "una cruzada del ateísmo llevada a cabo por jacobinos e ilustrados". En el diario de un sacerdote barcelonés, el padre Ferrer, los franceses son "unos enemigos tan bárbaros como irreligiosos" y sus mujeres visten "faltando al decoro", pero en la misma página añade, con la boca muy pequeña, que "no se reparaban ningunas trabas en el Culto Católico, ejerciéndose todas sus funciones con publicidad y ostentación". El arzobispado de Barcelona, por su parte, no hacía más que meter palos en las ruedas de la política de confraternización y pacificación, hasta el punto que las grandes fiestas religiosas las celebraban sin boato alguno, para fastidiar, mientras los franceses se presentaban en la catedral con todas las galas y medallas a mano, esperando, lo menos, un Te Deum y recibiendo a cambio una cosa muy sosa y desangelada.
Pese a todo, la festividad de San Napoleón se celebró por todo lo alto en Barcelona todos los años, entre 1808 y 1813, con procesiones, salvas de honor, fuegos de artificio, etcétera. Eso sí, también con amenazas al Cabildo Catedralicio. Cito: "si no se disponía la iglesia con la pompa, majestad e iluminación debidas, se los tendría por sospechosos y serían tratados militarmente", porque estaban de la desgana del obispo hasta los mismísimos.
En febrero de 1810, Cataluña se dividió en cuatro prefecturas y pasó a formar parte de Francia. Quizá por eso la festividad de San Napoleón de 1810 fue, de todas, la más solemne. Cuentan las crónicas que se anunció con salvas de artillería, no menos de cien cañonazos, con un Te Deum en la catedral, esta vez sí, y la presencia de todas las autoridades civiles y militares.
Llegados a este punto, es de notar que entre los invitados por el gobernador Maurice Mathieu no faltaron ni el excorregidor Pujol ni el excomisario general de policía, Font Closas, ambos ex por haber sido pillados con las manos en la masa en asuntos de corrupción.
Es que no cambiaremos nunca.