La pandemia ha acelerado la vulnerabilidad de numerosas familias en el ámbito metropolitano. El riesgo de pobreza antes de la pandemia se situaba en un 14,1% y durante este último año las entidades sociales han atendido al 143% de personas más que en el año anterior. Estos datos no son inventados. El primero sale de datos del Área Metropolitana y el segundo del Informe Covid de Cruz Roja. Es la cruda realidad. El populismo instalado clama contra estas situaciones, pero una cosa es hablar y la otra es hacer. Vamos, una cosa es predicar y otra dar trigo.
Mientras nuestra señora alcaldesa está a lo suyo negando la posibilidad de crecimiento por negarse a que El Prat sea ampliado para que pueda ser de verdad un hub interconectado con Europa que ya no tiene capacidad de aumentar su mercado; poniendo todas las trabas al coche sin pensar que el eléctrico está a la vuelta de la esquina, que será menos contaminante, pero que será un coche que necesitará espacio para circular; abriendo debates baldíos; atacando a las empresas de servicios que salvaguardan y garantizan los suministros a los más sensibles y que al ayuntamiento le costó no cobrarles los impuestos que mete de rondón en el recibo; dando la espalda a los pequeños comerciantes y restauradores; la casa sigue sin barrer. Los proyectos sociales del consistorio son manifiestamente mejorables. Quizás salvaría la teleasistencia a las personas mayores porque funciona, pero poco más.
La tan denostada colaboración público-privada se hace fundamental en esta lucha. La Fundación Bancaria La Caixa ha hecho durante años una tarea que las administraciones eran incapaces de realizar porque había que recortar y las prioridades estaban en otro sitio. Si no existiera la tendríamos que inventar. Los datos son los datos. La inversión supera los 500 millones de euros, pero está no es la cifra importante. Lo realmente mollar son los programas sociales puestos en marcha. Este último año se han atendido a 58.841 críos en colaboración con 400 entidades, se han contratado a más de 38.000 personas en riesgo de exclusión social, se han puesto en marcha 804 proyectos sociales y se ha dado esperanza –Proyecto Fundación La Esperanza– a 2315 personas.
La Fundación en sí misma es una historia de éxito que hay que poner en valor. ¿Por qué ahora? Se preguntarán ustedes. Muy simple porque ahora el presidente de la Fundación se ha convertido en el culpable compulsivo por su imputación en la Audiencia Nacional en una de las múltiples piezas que el juez ha abierto siguiendo la pista del comisario Villarejo y, que, por cierto, no ha cerrado ninguna para iniciar el juicio oral. Cobrarse una pieza de nivel como Isidre Fainé le da a su señoría aire para no evidenciar un fracaso que le ha llevado a poner al susodicho en libertad porque no podía tenerlo más en prisión preventiva.
No voy a entrar en este caso, solo quiero poner en evidencia que el “malvado” Fainé, el “imputado” y “culpable de telediario” Fainé es la piedra filosofal en una sociedad cada vez más truncada que deja a miles de personas al pairo mientras la administración, autodefinida como progresista, se limita a cuidar de las apariencias. Quiero ponerlo en evidencia porque es de justicia. Y miles de personas, muchas de ellas en nuestro entorno más inmediato le deben a la Fundación La Caixa la oportunidad de evitar quedarse en la estación mientras el tren parte.
Ahora, el presidente de la Fundación La Caixa es objeto de ataques e insidias por parte de todos aquellos que se sienten con autoridad moral para intentar hacerse con un pastel que se llama CaixaBank. Los cenáculos madrileños, y también los barceloneses, están llenos de aspirantes a la sucesión que se “horrorizan” con lo que ha pasado poniéndose al frente de la horda de justicieros. Vivimos en una sociedad insidiosa que se preocupa de lo banal y que ven el gasto de la Fundación como un error de gestión porque sería mejor dedicarlo a dividendos. Las miles de personas atendidas no piensan sin duda lo mismo. El progresismo se demuestra actuando y cuando te preparan el martirio desde la justicia, los competidores, los aspirantes, los vividores, es justo reconocer el mérito global de una gestión, como contaba hace unos días Xavier Salvador. Repito, si la Fundación La Caixa no existiera habría que inventarla porque llega donde otros no llegan o ni se lo plantean.