Parece que una serie de marchas automovilísticas (autorizadas por la superioridad y, por consiguiente, legales) está empujando a las aceras a los aguerridos jubilators de la Meridiana, esa pandilla de gamberros patrióticos de la tercera edad que llevan más de 400 días molestando a los vecinos e impidiendo el tráfico normal de vehículos. Yo ya sé que debe estar muy bien librarse del abuelo un par de horas -sobre todo, si baja la basura- y no volverlo a ver hasta que empiece el Tele Notícies, pero la felicidad de unos cuantos lazis de mediana edad no debería estar por encima de la tranquilidad generalizada que se espera de cualquier barrio de Barcelona. Por eso creo que los iaiolazis deberían haber sido puestos en su sitio hace tiempo por la autoridad competente: si no se encargan de ello los Mossos d´esquadra porque sus mandos se lo prohíben, la Guardia Urbana debería de tomar el relevo. Lamentablemente, para eso haría falta que Ada Colau estuviera por la labor, pero ya se sabe que Ada no está a favor del prusés ni en contra, sino todo lo contrario: de ahí los 400 días que llevan los abueletes tocando las narices al vecindario y a los automovilistas.

Ada ni bendice ni condena la tocada de narices. No es gran cosa, pero sí algo más de lo que hizo hace unos días Laura Borràs, presidenta del parlamento regional, que se acercó en plan Mamá Osa (o Mamá Ganso, si lo prefieren) a la Meridiana a consolar a sus jubilators, a los que una marcha (legal y autorizada, insisto, pues Ada está a favor de una cosa y de la contraria) de vehículos había empujado a las aceras. Como en el parlamentillo no hay gran cosa que hacer (porque no hay gobiernillo y, cuando lo hay, tampoco puede decirse que se registre una actividad frenética), la voluminosa señora Borràs se acercó a abrazar a sus provectos oseznos (o polluelos) y a animarlos a que siguieran dando la chapa hasta el fin de los tiempos, actividad que, en la Cataluña catalana, se supone que forma parte de las obligaciones de cualquier presidente del parlament.

Efectuada la visita y confortados los polluelos, Mamá Ganso volvió a sus asuntos (sean éstos los que sean) y los de la marcha de vehículos también. Los yayos, para expresar su contrariedad, les dieron la espalda a los coches (conducidos todos ellos por fascistas, claro) y amagaron con hacerles un calvo: daba gusto verlos, agachaditos en plan caganer, de espaldas al tráfico y plantando cara (bueno, no exactamente cara, ustedes ya me entienden) al fascismo a base de propulsar levemente las nalgas hacia afuera (a lo Tomás Molina, para entendernos). Más de uno se puso en peligro, pues la ciática y demás dolencias de la edad pueden gastar muy malas bromas y vaya usted a saber si alguno de ellos no tuvo que volver a casa hecho un cuatro porque era incapaz de recuperar la posición original. Se agradece, eso sí, que nadie se bajara los pantalones, lo cual ahorró a conductores y viandantes la horrenda visión de traseros caídos y puede que hasta de calzoncillos con palomino incluido.

La segunda autoridad del país no tiene nada mejor que hacer que dar ánimos a una pandilla de yayos para que les hagan la pascua a sus vecinos. La primera autoridad de la ciudad ni pincha ni corta en el tema, pues necesita todo su tiempo para organizar el reparto de dinero público entre supuestas ONG en las que trabajaron ella o alguno de sus secuaces antes de que acabaran okupando el ayuntamiento por cortesía de Manuel Valls. Dado que nuestras autoridades no piensan hacer nada para resolver el desaguisado, tal vez se podría proponer un cambio de escenario para que todos los barrios de Barcelona pudieran ofrecer un desahogo a sus soberanistas más provectos. Como vecino del Eixample, estoy encantado de que la tabarra procesista urbana se concentre en la Meridiana, que me cae a tomar por saco, pero alguien debería poner coto a mi egoísmo: en mi barrio también hay gente a la que le gustaría librarse del abuelo un par de horas cada tarde (tras endilgarle la basura) y que no puede porque en él no hay costumbre de cortar calles. Me extraña que a nadie de la ANC se le haya ocurrido algún plan de dinamización generalizada de la protesta que permita a los yayos que no viven por la Meridiana echarse a la calle a incordiar a sus vecinos. ¿Qué tienen los carcamales de la Meridiana que no tengan los de Sarrià, Sans o Les Corts?

Creo que ha llegado el momento de socializar el sufrimiento y, sobre todo, de dar un merecido respiro a los jubilators de la Meridiana. Sobre todo, a los del calvo con pantalones, que el otro día se pusieron en serio peligro al inclinarse de manera temeraria en la vía pública. O hacemos algo o acabaremos teniendo alguna desgracia.