Barcelona vive un momento importante. Tras un año de pandemia y de parón casi absoluto, la ciudad empieza a despertar de nuevo. Y lo hace siendo consciente de que este año próximo será un año de retos importantes que afectarán directamente al nivel de vida de los ciudadanos de la ciudad. Y eso es lo verdaderamente importante.

La ciudad se juega los Fondos Next Generation, se juega la vuelta del turismo, la recuperación económica y la paulatina vuelta a la normalidad de una ciudadanía que poco a poco y con las precauciones necesarias vuelve a redescubrir la ciudad.

Los estragos de la pandemia se perciben en todos nosotros. Estragos económicos y sobre todo emocionales. Y frente a esto, es imperativo que nuestros políticos se pongan manos a la obra. Y deben ponerse todos, con independencia de su ideología y de su sentir nacional.

Sería de sentido común que frente a este escenario los diferentes partidos políticos de la ciudad se centraran en llegar a acuerdos para no perder ninguna oportunidad. Barcelona no se lo puede permitir. Sin embargo, la lógica electoralista vuelve a imponerse de forma constante llevándonos a vivir espectáculos tan grotescos como el que se vivió en el pasado pleno de la ciudad con el intento de reprobación a Jaume Collboni, Xavier Marcè i Montse Ballarin por parte de Esquerra Republicana.

Ese intento de reprobación obedece simplemente a un cambio de estrategia por parte de la supuesta izquierda independentista. El líder de Esquerra Republicana en Barcelona apareció hace unos días en betevé para anunciar que a partir de ahora será “más complejo” llegar a acuerdos con el gobierno de la ciudad. Motivo no esgrimió ninguno más allá de que “aumentará la intensidad”.

Al final queda claro que tras medio mandato algunos empiezan a apretar el acelerador pensando en métricas electorales. Deben sentir las elecciones cerca, pese a que la realidad debería hacerles llegar a la conclusión de que eso ahora no es lo más importante. Queda mucho tiempo, y durante este tiempo en concreto nos jugamos mucho.

Es muy mala noticia ver que algunos se ponen en modo campaña, porque al final, eso dificulta el acuerdo. Y si algo necesita la ciudad es justo eso. Diálogo, propuesta y acuerdo. Nos jugamos demasiado, y cambiar ya el chip a “modo campaña electoral” es irresponsable.

Igual que es irresponsable plantear una reprobación como la que se planteó el viernes pasado en el Pleno por la gestión del recargo de la tasa turística. La reprobación no tenía sentido. Es ridículo plantear una reprobación por una tasa de 75 céntimos, a la que para colmo ERC dio apoyo. Por más que hubiera diferencias en si era o no pertinente empezar a cobrarla ya, lo que no tenía sentido era una reprobación. Y si se planteó fue sólo por criterios electorales. Y por ello se quedaron solos en su intento de empezar con su particular y anunciada precampaña electoral.

Particularmente nunca he esperado responsabilidad por parte de un partido que lleva dos años centrado únicamente en tratar de colar su obsesión por la independencia pleno tras pleno, pero se agradecería sentido común para no hacer el ridículo.

Llevaron al Pleno una reprobación estratégica. Una reprobación que tenía como único objetivo iniciar la estrategia electoral de confrontar con los socialistas. Con quienes sí son de izquierdas.

Esquerra Republicana sólo tiene de izquierda el nombre, si no, no le horrorizaría tanto apoyar al gobierno progresista de Barcelona, que, aunque con sus propias contradicciones, ha puesto la Institución al servicio de los ciudadanos en lugar de al servicio de un procés fracasado. Quizá al final ese sea el problema de ERC. Que no puede soportar que el progresismo gobierne la ciudad de Barcelona porque ellos no son progresistas. Son procesistas, que es diferente. Y por lo pronto no dejarán de serlo.