Hace unos días veíamos uno de los últimos capítulos de la agradable serie New Amsterdam en el que el personaje central, Max Goodwin, el director médico del hospital público más antiguo de Estados Unidos, comenzaba a tomar iniciativas un poco tontas para contribuir a la lucha contra el cambio climático.
Desde el uso de los plásticos, al consumo de energía –renovable o no, daba igual--, pasando por la ingesta de proteínas animales. Como no podía ser menos, una parte del argumento se centraba en la carne de vacuno; o sea, en el tópico.
Sobre la base de datos científicos irrefutables, el bienintencionado doctor caía del caballo y trataba de crear una isla ecológica en el centro de Nueva York. Una parodia de un problema real manejada con inteligencia –la serie es muy buena--, para poner en evidencia a los majaderos que se empeñan en dar la tabarra con la cuestión una vez se han convertido y han visto la luz.
Por casualidad, la metedura de pata del ministro Alberto Garzón sobre el consumo de carne de ternera ha coincidido con la puesta en marcha de un programa municipal de Barcelona para concienciar a los ciudadanos de la necesidad de un cambio de costumbres alimentarias que dañe lo menos posible al entorno. Una iniciativa para la que ha contratado a una organización respetable, Tandem Social SCCL.
No está muy claro que sea una tarea consistorial eso de meterse en qué come y cómo lo hace cada uno, pero sí es verdad que sería mucho peor que se pusiera de perfil o que llevara la contraria a lo que parece razonable a todas luces. Si el Ayuntamiento de Barcelona quiere contribuir al cuidado de la salud de los ciudadanos y del medio ambiente lo primero es no entrar en batallas absurdas; si el ministro de Unidas Podemos, el partido de la alcaldesa, carece de habilidad o inteligencia suficientes para hacer normal en España lo que está proclamando la Unión Europea desde hace años, Barcelona no tiene porqué servirle de muleta.
Suficiente tiene la ciudad con atender a los comedores sociales y asistir a las personas sin recursos como para meterse en trifulcas artificales, tan alejadas de las cuestiones de primera necesidad. Las evidencias científicas han construido un consenso en torno a la alimentación sana y sostenible que hace innecesarias las proclamas políticas. Hay que ser muy torpe para quedarse en los titulares en lugar de ir a lo concreto y apoyar a quienes ya sabían antes de que Garzón fuera ministro que tienen que reorientar su actividad ganadera.