Los grandes problemas geopolíticos tienen ramificaciones que llegan hasta nuestras calles. Estas últimas semanas han estado marcadas por el horror de lo sucedido en Afganistán, y las próximas vendrán cargadas de debates sobre el papel de Europa y sus ciudades en el proceso de dar asilo a quienes hayan conseguido escapar de las garras del régimen talibán.

El papel hegemónico de Estados Unidos pareció incontestable durante décadas. Sin embargo, su situación a nivel global no pasa por su mejor momento y esto genera y generará un cambio de paradigma. Una situación de inestabilidad que deberemos abordar en los próximos años. Su capacidad de influencia lleva tiempo en entredicho y la salida a corre-cuita de Afganistán deja al gigante americano en una situación de clara debilidad ante sus competidores. Ahora las piezas del tablero se reubican, y a día de hoy todavía no somos conscientes de como quedará el escenario global.

Los equilibrios que ha tenido que hacer EEUU en estos últimos años no han sido sencillos. Han tenido que bascular entre sus dos almas en lo que a su relación con el resto del planeta se refiere. Sus dirigentes han tenido que hacer equilibrios para contentar, por un lado, a quienes esgrimían la línea neocon, que siempre ha considerado que uno de los cometidos del país era el de imponer las tesis democráticas y la economía de mercado a lo largo y ancho del globo, y entre quienes sostenían que el país no debía meterse en temas que no le afectaban, haciendo propio aquello de vive y deja vivir.

El intervencionismo de EEUU se hizo insostenible hace años. De hecho, empezó a carecer de interés para los propios americanos en el momento en que apropiarse de recursos ajenos empezaba a ser menos rentable. Ahí aparecieron las primeras voces que abogaban por una salida controlada de las zonas intervenidas. El gran reto de Obama, por ejemplo, fue conseguir una reducción del compromiso bélico de EEUU sin vulnerar los pactos que ya había establecido el país con sus diferentes aliados.

Disminuir la presencia de tropas en zonas ocupadas parecía razonable en la era Obama, pero retirar tropas traía problemas asociados. Quedarse en una zona de conflicto es un problema y marcharse es probablemente un problema mayor. Más aún cuando la marcha es poco planificada y un tanto a la brava. Han sido muchas las voces que en los últimos años han defendido que la desmilitarización de ciertas zonas podía acabar generando problemas mayores que mantener la presencia en países como Irak o Afganistán. Finalmente las últimas informaciones parecen darles la razón.

Cuando una potencia deja un vacío siempre hay otra dispuesta a ocuparlo. En este caso, quienes han ocupado el espacio han sido los talibanes, pero quienes han corrido a sacar tajada han sido rusos y chinos, que parecen ver en Afganistán una oportunidad de mercadeo de materias primas barato por parte de unos salvajes que necesitan financiarse como sea, incluso malvendiendo sus recursos naturales.

Pero el problema no es solo Afganistán. Las injerencias en distintos países protagonizadas durante años por Estados Unidos, así como su incapacidad para gestionar su salida, han provocado un escenario internacional complejo. Las intervenciones de Estados Unidos han dejado un mundo con conflictos mal cerrados. Y eso genera una gran inestabilidad.

Como decía al inicio, esto tiene ramificaciones que llegan a Europa y que descienden hasta nuestras calles. Y en Europa son muchos los intereses que marcan las respuestas que se dan. El hecho de que en Alemania haya elecciones el 26 de septiembre condiciona sin duda la respuesta europea. Recordemos que la CDU de Angela Merkel estuvo cerca de perder las pasadas elecciones por el conflicto sirio y los refugiados que llegaron al país. Es una lástima pero en demasiados casos el cálculo electoral pasa por delante del cálculo humano.

En cualquier caso, en cuanto al humilde papel que puede jugar nuestra ciudad, es evidente que no hay manera de solucionar lo que está sucediendo en ese rincón del mundo del que muchos pretenden olvidarse lo antes posible. Parece que EEUU ha llegado a la conclusión de que, mientras no afecte a su territorio, lo que suceda allí no es su problema. Que se lava las manos. En nuestro caso no queda más que aceptar a los refugiados que nos lleguen. Por lo pronto, 73. Refugiados que debemos aceptar con la resignación de quien sabe que esto no soluciona nada a nivel global, y con la felicidad de quien sabe que al menos para estas 73 personas llegar a nuestra tierra es garantía de seguir viviendo. Ahora lo importante es que lo hagan de la mejor forma posible. Han visto la cara del terror en su tierra. Esperemos que en la nuestra vean la de un Estado de Bienestar que vela por aquellos que más lo necesitan.