Acaban las vacaciones de verano y el nuevo curso político calienta motores. Todo sigue igual. De proyectos “engrescadors” no se ve ninguno en el horizonte. La Barcelona aburrida campa por doquier sin ninguna meta ni a corto, ni a medio y mucho menos a largo. Languidece Barcelona sin que gobierno ni oposición municipal sean capaces de salir de ese ostracismo pegajoso que convierte la atonía en una cosa normal.

Acabamos como empezamos. El único proyecto importante sobre la mesa, la ampliación del aeropuerto, tensó las costuras. Al no de ERC y los Comunes, con la abstención de Junts, se plantó el PSC, junto a populares, Ciudadanos y Valls, el sí de los socialistas. Más tarde llegó el acuerdo al que ERC se abrazó casi fuera del partido. Ahora, el debate promete ser enconado. La cuestión no será la ampliación en sí misma, sino si sale adelante una ciudad cosmopolita o se prefiere una provinciana. Del resto poca cosa más, si exceptuamos el caso del slalom, bien bautizada por un compañero de profesión, en una calle Barcelonesa. Para solventar los problemas en la salida de los chavales de un instituto se pergeña un churro con bolardos y bancos incluidos. El Ayuntamiento dio su solución, con las críticas se comprometió a arreglar el churro y se excusó que las medidas no estaban finalizadas y la calle solo en obras.

Un debate de altura, sin duda. Esta situación veraniega no estuvo agitada ni siquiera por el debate habitual sobre el 11 de setiembre. Casi silencio total. Algunas escaramuzas menores, pero tensión en el debate: cero. Apenas algunas declaraciones de las formaciones en el consistorio, a cuenta del aeropuerto básicamente, llenaron la agenda de la ciudad. Solo una cosa, rompió esta armonía atona: los silbidos a la alcaldesa en las fiestas de Gracia y Sants.

En Gràcia la alcaldesa lloró, en Sants tuvo una actitud muy diferente. Colau no lee los silbidos como una cuestión puntual, sino como una tendencia, es la percepción de los ciudadanos sobre la ciudad que tenemos. Seguramente los silbidos de Gràcia fueron la expresión de una mayoría independentista que acudió a escuchar a Jordi Cuixart y quisieron afear a Colau su falta de pulsión independentista. Colau lloró y la crítica subió de tono. Dos días después empezaba a moldear su nueva imagen. Frente a los silbidos, nada de lloros, sino determinación. En Sants, no eran independentistas cabreados los que fueron a silbar, sino gente que fue a silbarla. Así, sin más. Colau no lloró, sino que se plantó. Ya no era la sensible. La que soltó unas lágrimas porque no la querían. Era la fuerte. La que dijo bienvenidos los silbidos, la que mostró determinación, la que no se arruga por las críticas.

Colau quiere consolidar su liderazgo frente a la creciente corriente crítica contra su figura. No tanto se pone en cuestión su gestión, que también y mucho, sino su modelo. La critica es transversal. De derecha a izquierda, de constitucionalistas a independentistas, de empresarios a trabajadores. Esta oposición no tiene líder por lo que hay partido y Colau toma sus posiciones y marca su perfil: quiere ganar mostrando ganas de ganar. No está en retirada, está dispuesta a presentar batalla para ganar.

Y si no gana -las encuestas sitúan en primera posición a ERC- está trabajándose el futuro de su formación, los Comunes, en el gobierno. Por eso, la alcaldesa sale a defender su modelo y su forma de hacer, porque tras las municipales, no se olviden, llegarán las generales, escenario donde todavía la líder de los Comunes no ha dicho su última palabra.

Enfrente no tiene rival y quiere aprovechar esta cierta ventaja. Vamos, quiere convertir la ausencia de un liderazgo fuerte en la oposición en su propia ventaja. Frente a ella la nada. Esta es la idea. Llorar fue un error, y aprovechar los silbidos un acierto. Y llevar a los suyos a arroparla también porque lanza el mensaje de que no está sola. Está por ver si la oposición municipal toma posición en este debate porque el desasosiego crece, nadie parece que lo capitalice. Los silbidos, miren por donde, marcarán el debate político del próximo cuatrimestre. En 2022, ya entramos en la cuenta atrás y el margen de maniobra para situarse en la pole position se constriñe cada vez más, y ERC y PSC lo saben.