Este otoño anuncia el ocaso de Ada Colau al frente de la alcaldía. Como en el caso de aquel tirano de García Márquez, una serie de acontecimientos nada favorables para la alcaldesa y su clan augura que se acaba su tiempo de falacias, oprobios, ignominias y miserias. Y ya sólo le queda agarrarse desesperadamente a la vara de mando mientras dure su larga agonía como la de las ballenas fuera del agua.
Comenzó octubre con el estrepitoso fallo de la T-Mobilitat, que vulneró la ley de protección de datos y dejó al descubierto un agujero de seguridad que afecta a la privacidad de los usuarios del transporte metropolitano. Continuó con otro retraso de meses en la apertura del túnel de Glòries. Siguió con la denuncia del Consell de la Juventut por las deudas e impagos de Colau. Después, la Justicia la condenó por traspasar ilegalmente trabajadoras municipales a una agencia externa dedicada a atender prostitutas necesitadas. Otro juzgado ha condenado a ella y a su títere Eloi Badia a pagar 15 millones de euros a Aigües de Barcelona por incumplir sus obligaciones legales... Y su tinglado autoritario y despótico se desmorona como la casa presidencial del viejo dictador de García Márquez.
Más presagios de que todo tiene su fin son el casi centenar de entidades, asociaciones y plataformas que se han unido al movimiento Barcelona es imparable. Reclaman “transformar la Barcelona que da la espalda y rompe el diálogo” para convertirla en “la Barcelona que escucha a su gente”. Y desean que vuelva a ser la que era antes del pernicioso mandato de Colau. A esta gran variedad de entidades de la sociedad civil, se suma por su parte el Cercle d’Economia que denuncia la decadencia de Cataluña y señala como culpables a la alcaldesa de Barcelona y al Pulgarcito del palacio de enfrente. Advierte el lobby empresarial de que la ciudad y el terreno que va desde el sur de Francia hasta València y Aragón “puede quedar atrapada en una espiral de irrelevancia económica”. Con tanto poder y dinero como manejan, ya se han percatado de que la alcaldesa y su vecino de la gestoría de enfrente eran, son y serían personajes absolutamente irrelevantes en cualquier país normal y que, por tanto, nada bueno se podía esperar de semejante pareja ni de sus respectivas cortes.
Hay más. El Gobierno tumba el modelo de Colau que reserva el 30% de pisos sociales y la nueva ley la obliga a compensar con suelo o edificación a los promotores. Hay unanimidad de vecinos y comerciantes de Sant Antoni contra la infantiloide idea de sembrar su calle principal con juegos y camas elásticas para frenar el gamberrismo, la delincuencia y el mercado de la miseria que se ha instalado en ella. También hay unidad hasta de los partidos políticos contra el urbanismo táctico del Raval a base de vallas, jardineras, bolas y bloques de hormigón. A pesar de que los bloques forman parte de su urbanismo fúnebre que mata a motoristas, ciclistas y peatones entre patinetes y otros artefactos rodantes. Y la matriarca Ada comienza a incomodarse porque ya se la mira con más desdén que espanto.