Ernest Maragall se ha propuesto renovar como cabeza de cartel de ERC en las elecciones municipales de 2023, unos comicios a los que llegará con 80 años. No es la mejor edad para asumir nuevas responsabilidades profesionales o políticas, pero también es verdad que dirigir Barcelona no debería exigir 12 horas diarias de trabajo duro.
Los sondeos internos le confirman como el mejor candidato de los posibles desde el punto de vista del tirón popular, pero como la dirección del partido no las tiene todas consigo, el antiguo militante del PSC ha dado un paso al frente para postularse como alcaldable, planteando así un pulso a la cúpula republicana.
A la vista de cómo han evolucionado los acontecimientos, el hecho de que el pasado día 15 Maragall se adelantara para anunciar que su partido, contrariamente a lo que había hecho con los presupuestos de 2020 y 2021, votaría no a las cuentas de Ada Colau y Jaume Collboni para 2022 fue un error. Ahora, una vez que el Ayuntamiento de Barcelona ha entrado en el gran juego de la política española, que incluye el Gobierno central y la Generalitat, el viejo militante socialista dice que lo lamenta.
Pero no lamenta su precipitación, como le ha reprochado la alcaldesa, sino el hecho de que el consistorio se haya convertido en una "pieza de negociación" entre las tres formaciones de izquierda: PSOE-PSC, Podemos-Comunes y ERC. Otra equivocación: no se ha dado cuenta de que su partido ha salido del sueño de aquella falsa mayoría independentista del 52%, de que ha pasado página.
Impasible el ademán, Maragall dice que no tiene mayor problema en dar un giro de 180 grados, apoyar los presupuestos de la ciudad y tragarse el "sapo", pero no es un batracio lo que tendrá que digerir, sino una derrota en toda regla que se ha producido mucho antes de que empiece la carrera. Se ha quedado colgado de la brocha, pero no por su edad, sino por su bisoñez.