El Ayuntamiento de Barcelona se siente bastante satisfecho de la accesibilidad de las calles para gente con dificultades de movilidad. Hay problemas, sostiene el último informe del Instituto Municipal de Personas con Discapacidad, pero menores y, además, ofrecen perspectivas de mejora. ¿Quién no se propone ser mejor en el año que entra? Entre los problemas reconocidos están los de quienes sufren de discapacidad visual. El pavimento táctil que les permite la orientación es correcto en el 36% de los casos e incorrecto en el 10%. ¿Qué pasa en el 54% restante? La respuesta la da el mismo informe: que aún no se ha instalado, por lo tanto, no puede ser malo. Pero si no se cuenta ese 54% que falta porque está pendiente de realización, lo bueno gana por goleada. Eso siempre que el pavimento no esté ocupado por algún vehículo atravesado, parado o en movimiento, cosa que ocurre con frecuencia. Pero no es cosa de contabilizar todo lo adverso.
El concejal del ramo, Joan Ramon Riera, está contento con los resultados. Habrá quien piense que el modo de interpretar los datos del consistorio, no contando como falta lo que falta porque no existe, es un poco raro. De hecho, si no hubiera instalación alguna, los resultados serían aún mejores porque no habría instalaciones defectuosas. El posmodernismo interpretativo da para eso y para más.
Otro asunto que analiza el informe es la amplitud de paso en las aceras y los obstáculos que hay en ellas. En ese plano, las cosas son diferentes, porque aceras hay en casi todas partes y no quedan ya pendientes de instalar. Eso sí, no todas son igual de anchas y no todas están igual de despejadas. De hecho, el 30% tiene una amplitud de entre 90 y 120 centímetros (apenas suficiente para que aparquen las motos) y el 16% tiene una anchura aún menor. Las aceras estrechas son un verdadero problema porque, a la que hay en ellas una moto, y hay muchas, no pueden circular con facilidad ni los ciclistas ni los de los patinetes. Los peatones ya se habían bajado a la calzada por falta de espacio y ahora entorpecen el paso de todos los demás, incluidos los coches.
El estudio municipal incluye datos de un análisis previo hecho en 2018 en el que se tenía en cuenta la red ferroviaria, metro, autobuses y tranvía. Todo un éxito. En materia ferroviaria, el 91% de la red tiene “itinerarios accesibles”. Claro que Adif (propietaria de estaciones) depende del Gobierno central y Ferrocarrils, del ejecutivo autonómico. Pero eso no hace al caso: computan como méritos municipales. También el metro: de las 154 estaciones, 140 son accesibles. En su mayor parte, las obras de accesibilidad del suburbano se hicieron durante los gobiernos de Maragall y Montilla. Luego, como antes, se ha producido una sequía en las obras de adaptación. Ya se sabe: primero la crisis y luego los recortes y, además, el Área Metropolitana no vota carlista. Que les den.
El 54% de las paradas de autobús tienen marquesina. Lo que significa que no la tienen el 46%.
En Barcelona hay más de 150.000 personas (el 9,28% de la población) que tienen algún tipo de problema de movilidad. Pero no hay que preocuparse demasiado. Más de la mitad (el 53,83%) ha superado los 65 años y sale poco a la calle. Y menos que lo hará si el Ayuntamiento se dedica a hacer informes en vez de centrarse en despejar el poco espacio destinado a los peatones y ocupado a mansalva por motos, bicis, patinetes e incluso furgonetas, si hace falta.
Para no ser injustos: el primer responsable de la ocupación del espacio destinado a las personas que andan (bien o con dificultades) es el que lo ocupa indebidamente. El segundo responsable es un consistorio que no es capaz de hacer respetar ese espacio y decide inventarse otros.
No es algo nuevo: la permisividad en la ocupación de las aceras viene de antiguo. A Pasqual Maragall le molestaba mucho, de modo que cuando tenía que ir a algún barrio de visita, los responsables de la Guardia Urbana pasaban antes para despejar la zona de comportamientos incívicos y que no se enterase. A Franco le hacían algo parecido, cuando tenía que viajar por una carretera con baches (y había muchas) se la asfaltaba días antes deprisa y corriendo con una una gravilla que duraba apenas nada y que era por eso conocida como “pasacaudillos”.
Después de Maragall, el asunto ha dejado de preocupar a los alcaldes. Hasta ahora, cuando se dispone de un informe que permite decir que todo es una maravilla.