Otro ridículo cultural de Colau y sus manadas de asesorías. En un afán de superar sus propias y continuadas torpezas, progresan adecuadamente y ya saben cometer dos errores en una sola palabra. El atentado gramatical tuvo lugar en la placa que ha sustituido a la calle Ramiro de Maeztu por la de la escritora barcelonesa Ana María Matute, y fue descubierto cuando se inauguró ante las narices de la alcaldesa. Una falta es de género, ya que masculiniza a la autora al escribir “acadèmico”; la otra consiste en rematar el palabro con la tilde abierta catalana, inexistente en castellano. Con estas novísimas dos estupideces por el precio de una, la capital de Cataluña refuerza su liderazgo de hazmerreíres catalanes y españoles en lo que a patronímicos y onomásticas municipales se refiere. Y cuando ya descansaba en paz, una enorme escritora como Matute ha sufrido un insulto a su persona, a su obra y a su memoria a causa de la caterva de ignorantes e incultas que parasitan por el Ayuntamiento.
Con este innovador crimen ortográfico, Colau y su escuadrilla de analfabetas/os funcionales desprestigian también la tan famosa y exitosa inmersión lingüística, que ha conseguido que las/os catalanas/es cometan faltas en castellano, que las/os castellanas/os las realicen en catalán y que unas/os y otras/os las perpetren en ambos idiomas, que es lo más frecuente. Tanto, que van normalizando dichas aberraciones a fin de conseguir un dialecto catañol y otro castelán. Todo ello gracias a celebridades de las artes y las letras como Águeda Bañón, la directora de comunicación con pérdidas urinarias. La elitista empresa publicitaria que se embolsa casi medio millón de euros para diseñar “los actos comunicativos del Ayuntamiento”. Y el santón de la comunicación a la madrileña que enchufó su amiga Carmena para “perfeccionar el lenguaje inclusivo”, “rediseñar las multas” y “asesoramiento intelectual” por casi diez mil euros mensuales.
Aunque no sirva para nada, las preguntas tantas veces repetidas son: ¿dónde están?, ¿qué hacen?, ¿por qué no explican sus constantes errores?, ¿por qué no piden disculpas?, ¿por qué no hacen autocrítica?, ¿por qué no dan la cara?, ¿por qué no rectifican?, ¿por qué no dimiten o les cesan?, ¿por qué no devuelven el dinero público que no merecen y malgastan?, ¿quién los examinó o qué oposiciones aprobaron para estar donde están y cobrar lo que cobran?, ¿se les podría denunciar por incumplimiento de contrato cultural, comunicativo e intelectual?, ¿o por daños y perjuicios al prestigio de Barcelona?
En lugar de alguna respuesta razonable, el único compromiso del Ayuntamiento ha sido el de corregir el error y cambiar la placa con más gastos, como si esto fuese una concesión de su comité de perdonavidas y no un deber de inmediato cumplimiento. En el acto oficial del desaguisado, estaban presentes dos ediles y una edil tan relevantes como el irremediable Eloi Badia, el acosador de restaurantes Jordi Rabassa y la concejala ex responsable de mala movilidad y peor transporte público Rosa Alarcón. Sin casi asistentes por su pánico a posibles pitos y abucheos del vecindario, Colau supo decir que Ana María Matute fue una autora “profundamente barcelonesa que dio a conocer la ciudad al mundo”. No citó ni destacó alguna obra ni una frase suya. No se sabe si es porque no la ha leído, o porque lo intentó y no la entendió.