La Meridiana como campo de pruebas, como una enorme sala para comprobar el estado mental de los pacientes. Barcelona ha sido el gran centro que ha utilizado el independentismo para comprobar su poder de movilización en el último decenio. Y, pese a errores propios de los gestores de la ciudad, buena parte de los factores negativos que se han instalado se deben a ese movimiento independentista que se niega a morir y sigue provocando importantes dolores de cabeza. Lo que ha sucedido en la Meridiana, con unos pocos vecinos que no han asumido el cambio político de los dos últimos años, es representativo de lo que en psicología se denomina como disonancia cognitiva. Se puede aplicar a los vecinos que han cortado la vía y persisten ahora, pese a la reacción tan tardía de la Generalitat, que ha señalado como ilegales los nuevos cortes que se puedan producir.

Disonancia cognitiva en los vecinos y en algunos dirigentes independentistas. El calificativo, sin embargo, puede ser otro en el caso de otros prohombres y ‘lideresas’ del independentismo: mala fe, o poca vergüenza. Porque ni los juristas más comprensivos avalan que se puedan parar una vía, solo con unos pocos activistas, por la que pasan miles y miles de vehículos cada día, en la entrada de Barcelona.

Se debe proteger el derecho de manifestación y la libre expresión. Pero los derechos tienen límites cuando chocan con otros, que, en determinadas ocasiones, deben prevalecer. Las movilizaciones se organizan para conseguir unos determinados fines. Una huelga de trabajadores busca un nuevo convenio colectivo, o parar un expediente de regulación de empleo, o conseguir un aumento salarial. Pueden tener éxito o pueden conducir al fracaso. Pueden durar, pero tienen límites en el tiempo. ¿Qué buscan, en cambio, esos cortes en la Meridiana? ¿Qué se logre la independencia de Cataluña mañana? ¿Qué salgan los dirigentes políticos independentistas de la prisión? ¡Ya han sido indultados!, por el gobierno español.

Es algo parecido a los cuadros de la Generalitat, dirigentes, políticos y simpatizantes del independentismo que todavía llevan lazos amarillos en las solapas de sus americanas o cazadoras. ¿No se han enterado de los indultos?

Barcelona no puede permanecer al albur de cuatro ciudadanos que sufren una grave disonancia cognitiva. Lo etiquetó así el psicólogo Leon Festinger, al explicar cómo las personas intentan mantener la consistencia interna de sus creencias y de las ideas que han interiorizado. Y es que, al margen de sinvergüenzas --¿cómo se puede entender la posición de la presidenta del Parlament, Laura Borràs, presente en los últimos cortes de la Meridiana a pesar de que los ha prohibido el propio Govern de la Generalitat? ¿No ha dimitido todavía? —hay ciudadanos que realmente creen en sus cabezas que se vive una situación de opresión y que el independentismo es el gran movimiento regenerador de la democracia. Lo han interiorizado en sus mentes, viven en otro mundo, y no responden con argumentos racionales. Son esos vecinos que cortan la vía, y también otros muchos que les secundan y han dicho cosas sensacionales, como que representan “lo mejor de Cataluña”. Desde Jordi Turull a Pilar Rahola, esos dirigentes han querido apoyar –por conveniencia, porque lo creen de verdad o no se sabe muy bien por qué—algo que resulta incomprensible: una decena de señores y señoras cortando la vía, con muchos coches de la Guardia Urbana o de los Mossos que lo permiten sin ningún rubor. Eso durante tres largos años. Inconcebible.

La disonancia cognitiva es peligrosa. Supone la no aceptación de la verdad, de lo tangible. Supone la imposibilidad de establecer un diagnóstico común. ¿Cómo podrá Barcelona superar la parálisis que ha sufrido en gran medida por esos señores y señoras?