Se acerca la hora de la verdad para una adicta a la mentira. Dentro de siete días, Ada Colau comparecerá ante la Justicia imputada por los presuntos delitos de prevaricación, malversación de caudales públicos, tráfico de influencias, negociaciones prohibidas y fraude en la contratación. Violando sus propios códigos éticos, en lugar de dimitir intentó no comparecer. Alegó que no es responsable de nada, culpó de los hechos a varios organismos municipales y acusó indirectamente a sus propios concejales. Su defensa a la desesperada le valió una reprimenda del juez porque su “declaración exculpatoria”, corresponde hacerla en sede judicial. Traducido al lenguaje no forense: Colau ha actuado como una cobarde y una chivata con excusas indignas de su cargo y de su tan cacareada ética. Porque ella jamás tiene la culpa de nada, pero las fuerzas malignas del sistema la persiguen cuatro días antes del Día de la Mujer, por ser mujer.

En latín y en lenguaje forense se dice: Excusatio non petita, accusatio manifesta, que significa: quien se excusa, se acusa; o disculpa no pedida, culpa manifiesta. Lo cual demuestra otra vez que la alcaldesa está en muy tan baja forma, da palos de ciega y delata a otras personas con tal de no subir las escaleras que llevan al juzgado. No sea que alguien le silbe o la abuchee, su nueva fobia que la lleva por el camino de la amargura. En su ocaso político, ético y carismático, la alcaldesa se lleva por delante a los funcionarios que concedieron ayudas económicas al Observatorio Desc de Alibabá y a más de doscientos chiringuitos de amigos y conocidos. En el paquete de traicionados van la Comisión del Gobierno, el Plenari del Consell Municipal que preside ella misma, la Comisión de Derechos Sociales, Cultura y Deportes, el Área de Ecología Urbana y la Regiduría de Calidad de Vida, Igualdad y Deportes. Es decir, concejales como Eloi Badía, Lucía Martín, Marc Serra o David Escudé entre los adalibanes para todo.

No leyeron al profesor y novelista Paul Auster, que escribió: “quien confía en imbéciles termina com­portándose como un imbécil”. Con Colau al frente, han despreciado un sistema que es injusto, pero prometieron y prometen un nuevo orden donde los imbéciles más imbéciles imponen sus normas. Convencida de ser especial y no estar sujeta a reglas, no cabe esperar que pida perdón o acepte críticas, porque se otorga la superioridad moral para decir y hacer lo que le venga en gana. Con su afición a incumplir normas y convenciones, Colau ha logrado hacer de la imbecilidad su modo de vida. Y según analizó el profesor Aaron James en su Ensayo sobre la imbecilidad, "el imbécil ni se esconde ante los demás, ni se inmuta cuando le afean sus opiniones o su conducta. Le traen sin cuidado las protestas o la indignación ajena. Es inmune a las opiniones de los medios de comunicación y no se siente en la obligación de responder a las preguntas acerca de lo que es aceptable, correcto o justo”. El problema es que, con semejantes arquetipos al frente del Ayuntamiento, Barcelona acabe siendo la Ciudad de la Imbecilidad y pase lo que ya está pasando.