Cuando don Ildefons Cerdà presentó su Plan del Eixample de Barcelona, pensó en una nueva Barcelona capaz de albergar en condiciones óptimas e higiénicas a ochocientos mil habitantes. Sólo edificaría dos de los cuatro lados de una manzana, pudiendo estar paralelos o formando una L, y limitaría la altura de los edificios. Además, su plan era integrador, desde un punto de vista socioeconómico, mezclando clases sociales en un mismo bloque. Dejaba atrás las ideas de Haussmann, a las que se había sumado con fervor la burguesía catalana, que quería un centro de grandes avenidas y los pobres viviendo en el extrarradio. De ahí que Cerdà fuera un apestado durante tantos años

Pero, de alguna manera, la burguesía se salió con la suya años después mediante el simple procedimiento de edificar en los cuatro lados de la manzana edificios más altos. La ganancia especulativa pudo con la racionalidad de un plan urbanístico ejemplar. Luego vinieron tiempos nefastos para el urbanismo. La ciudad, más allá del Eixample, volvió a desorganizarse. La negativa del nacionalismo a permitir que Barcelona fuera una realidad metropolitana no hizo más que empeorarlo todo: el límite municipal la ciñó como las murallas de antaño e impidió que una autoridad metropolitana y la gestión urbanística fuera más allá y abarcara toda la urbe metropolitana.

En pocas palabras, la ciudad pensada para ochocientos mil habitantes cobija a casi el doble, sin contar con un área metropolitana densísima alrededor, de la cual el Eixample es centro y zona de paso casi obligada. Lo mismo puede decirse de su infraestructura viaria. Pensada en los tiempos del ferrocarril, se adelantó a su época suponiendo que las calles de Barcelona iban a ser empleadas por vehículos automóviles sobre ruedas, pero ¡no tantos! 

Ha pasado más de siglo y medio y el Eixample se comporta razonablemente bien, en tiempos donde el transporte público y privado se nos va de las manos. Pero damos inicio al último año de un gobierno municipal que piensa ponerse estupendo cerrando calles y poniéndolo todo patas arriba. Será espectacular, verán como sí. Será un año de atascos y obras a destajo, justo a tiempo para que, un par de meses antes de las elecciones, se hagan la foto. Lo que pase luego ya no importa a nadie. Si ganan, ya improvisarán, como hasta ahora; si no, el marrón se lo comerá el siguiente.

Hubiera sido interesante que esas intervenciones se hubieran hecho a tiempo y en su momento, para que, antes de votar, pudiéramos comprobar si resultan bien o mal, o si se contemplaron todos los aspectos que tenían que contemplarse. 

Fíjense en qué ha resultado el invento de la losa en la ronda de Sant Antoni. Nadie esperaba que todos los vecinos rogaran, por favor, que les dejaran la ronda tal y como estaba antes. Pero no sabemos si esta metedura de pata era imprevisible o ha sido causada porque nadie se molestó en escuchar a los vecinos o evaluar seria y objetivamente las consecuencias de un proyecto de hacer bonito. Me temo que sucede lo mismo con el asunto de las superilles, que trae, y traerá, mucha cola.

No estoy diciendo que no se deba poner freno al reino del automóvil, no, todo lo contrario. Lo que digo es que sería bueno contemplar alternativas realistas y viables para no tener que acudir a él. Ahora mismo, muchos de los desplazamientos para salir o entrar de Barcelona son inevitables, a falta de suficiente transporte público. Además, juntamos peras con manzanas y nos enfrentamos al incremento del reparto al detalle, la mensajería y la paquetería, y a la difícil convivencia de peatones, bicicletas, patinetes y demás cachivaches, que luchan por su propio espacio. 

Temo, también, que muchas de estas intervenciones no contemplen los efectos en otras vías, donde se incrementará el tráfico y disminuirá su velocidad, lo que provocará más polución atmosférica y sonora, ni los problemas de gentrificación en algunas de las vías afectadas. O tantas otras cuestiones menores sobre las que luego iremos improvisando, como siempre, porque lo de pensar con la cabeza no se nos da muy bien, y menos si la tenemos llena de pajaritos, y lo de escuchar a las víctimas de nuestras ideas felices, tampoco.