La palabra gentrificación proviene del vocablo ingles gentry, alta burguesía en castellano, y se refiere a la clase social que forma parte de la nobleza británica. La primera vez que se utilizó este término fue gracias a la socióloga británica Ruth Glass (1912-1990), para referirse al cambio residencial de la población que realizan las clases sociales medias a otras áreas más degradadas que acaban de ser regeneradas y reformadas, pasando a ser barrios con un atractivo para las clases sociales más elevadas con mayor poder adquisitivo. Unas clases sociales que tienen una mayor capacidad económica, que les permite poder hacerse cargo de los nuevos costes. De este modo, estas áreas se ven inmersas en un cambio poblacional, que nada tiene que ver con la que existía anteriormente. Un hecho que provoca la expulsión de los vecinos que viven en la zona, debido al alto coste habitacional que no se pueden permitir. Como consecuencia, el barrio se ve inmerso en un escenario social distinto. Un proceso que modifica sustancialmente la identidad histórica del barrio, así como, de las actividades comerciales que puedan ser tradicionales en el mismo.
Un fenómeno polémico al que se ven sometidas muchas de las ciudades europeas, y del que no se escapa Barcelona. El proceso de la gentrificación en la capital catalana se ha visto afectado en mayor medida, en el centro de la ciudad y en el Eixample. La elevación del nivel adquisitivo de los precios en el barrio, comporta un mayor valor de las viviendas que siempre es superior del que tenía. Es un hecho, que ciertas políticas de regeneración urbana, lamentablemente, contribuyen en muchos casos, a la expulsión de los antiguos habitantes de la zona afectada por la mejora. El dilema de cualquier urbanista, viene dado, por la perversión que supone el realizar mejoras en una zona de la ciudad y los efectos negativos que las mismas puedan llegar a tener. La carestía de precios, los alquileres más elevados y la no renovación de los contratos de alquiler contribuyen a un desajuste social, que no tendría que existir. Aquello que en teoría se pretendía para un bien comunitario, se transforma en un perjuicio para alguno de sus vecinos. Tener que marcharse del barrio o de la zona, donde se ha vivido toda la vida y dejar la vivienda, supone un traumatismo social inimaginable. Contrariamente, lo que tendría que significar una mejora para vecindad, se convierte en un atractivo muy apetitoso para la inversión inmobiliaria. Unas actuaciones que derivan en subidas de los precios de la vivienda de forma importante, con consecuencias claramente negativas, que se traducen en la fuga de los vecinos de la zona. Es de destacar, que los precios más elevados, se producen en aquellas zonas donde la gentrificación está más presente.
En nuestra ciudad hemos tenido varios ejemplos de este desafortunado fenómeno. Lo ocurrido en el barrio del Raval y en Ciutat Vella. Como consecuencia del saneamiento y regeneración por el Ayuntamiento de esta parte de la ciudad, se dispararon los precios hasta cotas inalcanzables por los habitantes de la zona. Un vacío habitacional que rápidamente, fue suplido por el turismo. Un turismo que sí que podía hacer frente a los nuevos precios. Una zona que pasó a ser atractiva para turistas, provocando el desplazamiento de los vecinos de siempre. Una anomalía que en ocasiones ha llevado a tener una fobia hacia el turismo. Un rechazo que se ha ido extendiendo en muchos de los centros históricos de las ciudades europeas tradicionalmente turísticas, despojando de las mismas a la vecindad de toda la vida.
Sin embargo, no es este el único desencadenante del fenómeno de la gentrificación, como hemos podido comprobar hace pocas semanas con lo ocurrido en la conocida casa Orsala. Un par de edificios, situados en la esquina de la calle Calabria con Consell de Cent. Allí, los inquilinos de estas fincas han puesto el grito en el cielo después de comprobar que la nueva propiedad, un fondo de inversión, tomaba la decisión de no renovar los contratos de alquiler. La comunidad de vecinos entendió que los intereses del nuevo propietario pasaban por reformar y rehabilitar las fincas, dándoles un mayor valor añadido para construir un edificio de lujo. Una operación, que venía determinada por estar la finca ubicada en uno de los futuros corredores verdes, que como espacios peatonales, definen una importante superilla del Eixample. Un claro ejemplo, de como a partir de un proyecto urbanístico, se puede desencadenar un efecto negativo en la ciudadanía más próxima.
Parece ser que el propietario actual y los vecinos de la Casa Orsola, están en vías de negociación para garantizar que se encuentren soluciones justas para todos los inquilinos, y esperando que así sea, se puedan respetar los interés de la vecindad. Esta problemática también surgió en la realización de la supermanzana del barrio de Sant Antoni y en la de Poblenou. Como también, con la reconversión de los terrenos de antigua cárcel Modelo: Unas actuaciones urbanísticas que por desgracia no han venido acompañadas con la construcción de vivienda social que de alguna manera evite y detenga la fuga de sus vecinos. Unas actuaciones municipales que tienen que velar por la regeneración urbana, sin el traumatismo, que como podemos observar en ocasiones lleva implícito. En este aspecto, los responsables municipales y aquellos que diseñan la ciudad tendrían que garantizar que todas las intervenciones urbanas se ejecuten con criterios de justicia social. Por este motivo, cualquier actuación en el ámbito de la ciudad, tendría el sentido último de ser un bien social, y no una espada de Damocles para el vecino. Una vecindad que podría disfrutar de todas aquellas mejoras que se ejecuten en su barrio, porque tendrían que ir en su beneficio y no todo lo contrario. Si no, se corre el peligro que como consecuencia de la realización de una mejora urbanística, esta derive lamentablemente, en una ocasión para hacer negocios. En definitiva una autentica perversión.