Disociar Madrid ciudad, de Madrid comunidad es francamente complicado. Cuando hablamos de la capital de nuestro país pensamos en la ciudad, sin embargo, cuando pensamos en el liderazgo de Madrid, comúnmente pensamos en la presidenta de su comunidad. Y, precisamente, estas últimas semanas ha sido la protagonista de unas informaciones que parece que han costado la cabeza al líder de su partido. Y nos hemos quedado en eso. La trifulca ha copado horas y horas de informativos y tertulias, pero la hemos abordado desde lo superficial.

Se ha debatido mucho sobre cómo iba a afectar esto al Partido Popular, hemos discutido sobre la fuerza que tendrían o dejarían de tener las estructuras orgánicas del propio partido, hemos analizado los equilibrios de fuerzas entre militantes y cúpulas, pero sobre todo hemos buscado ganadores y perdedores de unas cuitas que, por más que no hablemos de ello, empezaron por unas supuestas sospechas por corrupción.

No sabemos si ha habido o  no algún tipo de comportamiento ilegal por parte del hermano de Ayuso en la compra y venta de mascarillas para la comunidad de Madrid, pero lo que sí sabemos es que esa “mediación” se dio y fue debidamente recompensada económicamente.

Para mí lo más interesante de todo este debate reside en el modelo de gestión de lo público. Asistimos a un debate que se origina por la sospecha del cobro de comisiones asociada a contratos sanitarios en plena pandemia, pero esto guarda relación directa con cómo se ha gestionado precisamente la pandemia desde lo público.

A mi parecer hubo dos modos completamente distintos de abordar la pandemia. Podríamos decir que, de nuevo, el modelo Barcelona y el modelo Madrid fueron muy diferentes. El modelo de la derecha y el modelo de la izquierda. Uno se gestionó con aspavientos y grandilocuencia (Madrid) otro se trabajó sin estridencias y dejó mejores resultados que el admirado proceso madrileño que, además de cosechar los peores datos de España y conseguir una recuperación económica mucho peor que Barcelona, queda marcado por el debate sobre la construcción del Zendal que fue muy criticada por el propio personal sanitario y ahora queda de nuevo embarrado por el supuesto cobro de comisiones.

Todo esto tiene una razón de ser. Estriba en el modo de entender la gestión de los recursos públicos. Y ese modo de entender la gestión acaba teniendo ramificaciones que marcan la diferencia. Permitidme poner un ejemplo. Madrid y Barcelona cuentan con una normativa sobre horarios comerciales que regulan la apertura de establecimientos comerciales los domingos. Esta última semana el Ayuntamiento de Barcelona ha cerrado por fin un acuerdo al que hacía años no se llegaba en la ciudad. Un acuerdo que se ha consensuado con los agentes sociales y que tiene en cuenta a los trabajadores. En resumen, un acuerdo que no se impone.

Madrid tiene otra forma de hacer. Las decisiones llegan de arriba a abajo y en muchas ocasiones ni se consultan ni tienen en cuenta a quienes finalmente tienen que aterrizar las decisiones que toman unos pocos. Barcelona sin embargo, busca consensos para tomar decisiones tan importantes como la de los horarios comerciales.

En este caso la participación de asociaciones de comerciantes, patronales, y entidades que representan a los trabajadores ha sido clave para llegar a un acuerdo que tiene como objetivo mejorar las oportunidades de los trabajadores, mejorar la oferta para los consumidores y mejorar las oportunidades para los comerciantes, que tienen con este acuerdo la oportunidad de incrementar su facturación. Al final, el sentido común compartido es el que nos permite construir escenarios que vayan en favor de todos y no en favor de unos pocos.

Esa es la diferencia fundamental de modelo. Por eso no termino de comprender la fascinación por Madrid. Una fascinación que cada día me parece tiene más de marketing y menos de esencia.

La forma en que hacemos las cosas, el modo en que se toman decisiones, condicionan muchísimo el resultado de las mismas. Por eso estoy convencido de que la imposición no es el camino y que si queremos construir una ciudad mejor debemos hacer las cosas contando con el mayor apoyo posible aunque en ocasiones sea muy complicado tejer complicidades entre unos y otros.

No podemos negar que el escenario global catalán ha dificultado mucho en los últimos años la toma de decisiones colegiadas. Durante mucho tiempo (y probablemente aún ahora), el independentismo se ha dedicado a torpedear todo aquello que consideraba que no les acercaba a la culminación de sus pulsiones separatistas, pero no por ello podemos dejar el camino del diálogo como herramienta clave para seguir avanzando.

Los excesos de ideología son enemigos del pragmatismo, y Madrid, en los últimos años, adolece de un exceso de víscera que hace que en muchos casos se decida sin tener en cuenta al que piensa diferente. Recordad aquella campaña de “comunismo o libertad”. Toda una anomalía para un mundo que cada día se reclamaba más plural y acabó haciendo campaña en unas métricas que suenan lejanas a la gran mayoría.

Barcelona y Madrid tienen formas muy diferentes de hacer política. Yo me quedo con la idea barcelonesa de la colaboración y el diálogo que ahora parece todavía algo difuminado. Me quedo con ese estilo tan de Maragall y tan barcelonés de hacer las cosas. Estoy convencido que, aunque cueste todavía, ese es el único camino para hacer las cosas bien.