La elaboración de un plan de usos por un determinado territorio es un instrumento imprescindible para evitar la clonificación comercial, para diversificar las ofertas y para evitar molestias vecinales no deseadas. Es en este sentido que muchas zonas de Barcelona, especialmente tensionadas por un determinado tipo de comercio, requieren una regulación que asegure una actividad equilibrada. Un plan de usos determina la posibilidad de pedir o no licencias para poner en marcha actividades perfectamente legales en un territorio sujeto a una excesiva densidad comercial y, en este sentido, establece cuáles son las propuestas reguladas y en qué circunstancias.
El objeto de un plan de usos es administrar una determinada coyuntura, sujeto a unas circunstancias temporales que pueden variar, bien sea porque las actividades se desplazan a otros territorios, bien sea porque se modifican sustantivamente. Un plan de usos no debería ser un instrumento para prohibir o eliminar actividades legales.
Desgraciadamente esta simple distinción entre la regulación y la prohibición genera polémicas y desencuentros constantes que habría que corregir para administrar adecuadamente la ciudad.
Es perfectamente razonable regular el número de terrazas en una determinada calle de Barcelona, pero es de dudosa eficacia extender esta regulación a todas las calles de un barrio con el objetivo de eliminar terrazas. Si éste fuera el objetivo el plan de usos no sería el instrumento adecuado y lo que sería pertinente es una regulación específica para las terrazas.
El ocio nocturno sufre este problema directamente. El número de discotecas y locales de ocio nocturno en Barcelona ha disminuido de forma exponencial en los últimos 15 años. Hemos pasado de más de 150 a menos de 40, lo que puede parecer fantástico para personas muy 'sensibles', pero alerta a otras más sensatas acerca de lo que supone el desplazamiento de la actividad nocturna al espacio público y en condiciones mucho menos preparadas para acogerla. Los planes de usos de muchos barrios de Barcelona, de forma más o menos inconsciente, han favorecido esta evolución equívoca en la medida en que, con el objetivo de evitar un exceso de discotecas en una determinada zona, han provocado la desaparición generalizada de esta actividad.
El plan de usos de un determinado distrito no debería realizarse sin tener en consideración los efectos que comporta para otros territorios, ni debería obviar el interés que pueda tener por los mismos la llegada de nuevas propuestas descartadas al distrito regulado. Es así como podemos planificar razonablemente una ciudad evitando caer en la trampa del siguiente dilema: ¿queremos menos discotecas en una determinada zona o simplemente queremos menos discotecas en toda la ciudad?
Al margen de este elemento central cabe preguntarse sobre la vigencia temporal de un plan de usos. A poco que nos fijemos veremos que la regulación de actividades está vinculada a un determinado epígrafe fiscal, pero la realidad demuestra que la actividad comercial evoluciona mucho más rápidamente que su identificación censal. La hibridación comercial es hoy en día una obligación imprescindible para cualquier emprendedor hasta el punto de resultar casi imposible definirse con un identificador estandarizado. Una tienda de fotografía toma fotografías del pasaporte y reportajes familiares, vende fotocopias para escolares y las distribuye digitalmente, pero a la vez da clases y elabora 'displays' por tiendas. Puedes recogerlos o te los manda a casa y te promete hacerlo en menos de dos horas. ¿Estamos frente a un negocio analógico o digital?; ¿es una empresa que hace distribución on line o se trata de una empresa de eventos, o quizá educativa?. Si cualquiera de estos apartados queda afectado por un plan de usos, ¿qué le explicamos al emprendedor? No quiero ni imaginar si ese mismo proceso nace a partir de una tienda de pollos asados.
Es evidente que nuestros barrios deben proteger la diversidad y deben evitar la clonificación abusiva de un solo tipo de negocio, pero la gestión de esta regulación debe realizarse con sensatez y con las menos prevenciones ideológicas posibles siempre y cuando nos situemos dentro de la actividad plausible y legal.
Tiene poco sentido formar a músicos, actores y actrices y dificultar la apertura de espacios para la música y el teatro o impedir que las nuevas formas creativas puedan generar nuevos modelos de negocio. Hoy por hoy en muchos barrios de Barcelona no es fácil abrir un teatro o una sala de música y todo ello para rehuir un debate ciudadano sobre el ocio nocturno tan áspero como necesario.
Barcelona no debe tener barrios especializados, pero debe encontrar la manera de evitar que un ordenamiento carente de sentido común le vierta a un triste proceso de desertización en un buen conjunto de actividades comerciales.