¡Qué poco se habla ahora del Hermitage! Un fondo de inversiones ruso y una franquicia del Museo Hermitage de San Petersburgo. Ahora, con todo el follón de Ucrania, se pasa de puntillas sobre el asunto, porque va de rusos. Generó mucha polémica y olía mal desde el principio. Franquicias parecidas habían cerrado con pérdidas en otras ciudades europeas. El negocio era el típico en tiempos de neoliberales sinvergüenzas: los beneficios, para los inversores; las pérdidas, que se repartan entre la sociedad.
A favor de la idea se alzaron muchas voces que hablaban de una atracción turística más; en contra, el Ayuntamiento de Barcelona, o más concretamente Colau y compañía. Los primeros querían más turistas; los segundos, todo lo contrario. Como no existe un plan serio de ordenación del turismo de la ciudad de Barcelona, ni tampoco uno sobre equipamientos culturales, el debate se convirtió en un diálogo de sordos y una pérdida de tiempo.
Ojo con la ordenación del sector turístico, porque es un problema serio. El turismo supone una presión sobre los servicios públicos y una afectación a los precios de la vivienda y los bienes de consumo. Pero también ofrece trabajo y deja dineros en la ciudad, aunque muy mal repartidos, porque el trabajo que genera es, ahora mismo, de baja calidad. Si quitamos turistas, quitamos camareros, cocineros y personal de hostelería. No veo yo planes para que esa gente consiga un trabajo digno, ni dentro ni fuera de la hostelería, vengan los turistas que vengan. Para intentar compensar, se habla mucho de empresas tecnológicas que vienen a Barcelona, pero el perfil de sus trabajadores es otro y corresponde a un perfil socioeconómico más alto. Siempre son los mismos los que pagan los platos rotos.
Pero ¿qué podemos esperar de quien hizo ese numerito cuando cerró la planta de Nissan? ¿A dónde ha ido a parar esa famosa fábrica de baterías? Pregunten quién hizo declaraciones que no tocaban hace unos meses, o quién no iba a no sé dónde porque iba el rey. Como si hubiera ido Cantinflas o el papa de Roma, que eran miles de puestos de trabajo, hombre de Dios. Comprueben ahora que esos feos se pagan caro. Ambos lados de la plaza de Sant Jaume se cubrieron de gloria.
Sin embargo, lo que me llamaba poderosamente la atención cuando la gente discutía sobre el Hermitage es que nadie hablaba en serio de cultura. Nadie. Y no me vengan con milongas del Liceo y compañía, porque eso fue una improvisación, por ver si colaba. En el asunto del Hermitage, a nadie le importaba un ardite la cultura. La alta cultura, la popular, la que prefieran. Discutían del Hermitage como si fuera la franquicia del Hard Rock Café que, a falta de casino, querían montar en Tarragona. Igual.
Si todos esos personajes que hablaron tanto a favor como en contra de la franquicia rusa hubieran estado de verdad interesados en la cultura, otro gallo nos hubiera cantado. Se hubieran preguntado por qué un museo de primera categoría europea como el MNAC está abandonado a su suerte, lejos del transporte público y de la financiación mínima que merece. Los museos de Barcelona, en general, están dejados de la mano de Dios. Los museos, los equipamientos culturales, la promoción de la cultura, la industria editorial, el patrimonio arquitectónico de la ciudad… El abandono es considerable. Quizá, antes de meterse en líos con fondos de inversión rusos y pagarles la merienda, sería bueno echar un vistazo a lo que ya tenemos, ¿no?
Si se planta uno en medio de la plaza de Sant Jaume y mira a un lado, verá a la derecha más carca y rancia defender la ratafía y el folclore en vez de promover una cultura abierta y cosmopolita, que sería lo propio. Si mira hacia el otro lado, tropezará con la indiferencia y el desinterés más absoluto, o, como mucho, con el recuerdo de una señora que hacía pis en medio de la calle. La alta cultura poco importa, o nada. Pero tampoco importa la verdadera cultura popular, que se contempla con desdén. Nos quedan los Coros y Danzas del Estado a un lado o los «alternativos» de toda la vida en el otro, que ni son alternativos ni son nada. Todos, unos y otros, viviendo del momio.
Qué triste.