Tener la cabeza llena de pajaritos es una expresión popular que se aplica a ilusiones vanas o ideas alocadas. A personas inmaduras o poco juiciosas que piensan cosas absurdas. A las no muy inteligentes que se hacen excesivas ilusiones. Y a las soñadoras, excéntricas o ilusas que no prestan atención al mundo real. Como Ada Colau, a quien la Justicia ha frenado su intento de arrasar las históricas pajarerías de la Rambla. Salvadas por un juzgado hasta octubre, por lo menos, la alcaldesa, sus animalistas y sus asesorías de animaladas desean borrarlas del plano de la ciudad, a pesar de que son Patrimonio Cultural Inmaterial y de las cincuenta mil firmas de una iniciativa legislativa popular para evitarlo. Convertidas en casamatas feas de souvenirs escalofriantes por culpa de presuntos defensores de seres vivientes (excepto ratas, cucarachas, insectos y parásitos de Eloi Badia), la coartada de Colau y sus eminencias es una reforma que prometen para el año 2029. Tan largo lo fían que, probablemente, la matriarca caprichosa ya no será alcaldesa y no tendrá ni quien la espíe.
Constatado su talento de ave de mal agüero, toda reforma que hiciese Colau al norte de la Rambla acabará en desgracia. Se ha visto otra vez con la catástrofe climática abatida sobre las paradas de libros el día de Sant Jordi. El patrón que simpatiza más con el dragón que con la princesa de la primavera republicana, antirreligiosa y feminoide. También la ha sufrido Anne Hidalgo, alcaldesa socialista de París, a la cual apoyó Ada para salir en la foto, y ha cosechado la mayor derrota del socialismo francés. Igual le pasó al pájaro de cuenta Pablo Iglesias cuando Colau fue a Madrid para reforzarlo en su último mitin antes de salir desplumado. Otra víctima podría ser su camarada viceministra Yolanda Díaz, a la que adula en busca de algo bien pagado cuando sea expulsada de la alcaldía.
Sabido es que la culpa de toda calamidad nunca es de Colau. Los causantes son los buitres capitalistas y los cuervos togados del poder judicial. Se pasan la vida conspirando y han citado a declarar a la interventora del Ayuntamiento por las subvenciones regaladas a entidades y antros afines a la comunada, como el turbio Observatorio Desc. Es el asunto sobre el que ya declaró la alcaldesa, huyendo de las cámaras en los juzgados al estilo Pantoja. Además, la Audiencia la ha imputado por presunta prevaricación, complicidad con los okupas y amenazas contra un fondo de inversión al que impuso una multa de setenta mil euros que los jueces han anulado. La querella se dirige también contra sus cómplices y estelares concejales Marc Serra y Lucía Martín.
Como la mala suerte también es de quien se la trabaja, Colau no podrá presumir de aquella matrícula de honor en ética que no se sabe cómo, por qué ni quién desacertó la nota. Rencorosa y vengativa, ha dejado sin presupuesto al Comité de Ética, órgano que vela contra las malas prácticas en el Ayuntamiento. El que consideró que la alcaldesa violó el Código de Ética cuando enchufó como asesora a Alicia Ramos, pareja de la concejala Lucía Martín. Otro par de tórtolas de la jaula de Ada que, como ella, escriben ética con hache, sin acento y con k de okupas.