Ella misma dice que no importa donde nace uno, sino lo que hace con su vida. Nació en Montevideo, en Uruguay, en 1941. Un grupo de militares dio un golpe de Estado en su país e impuso un régimen totalitario. Nuestra protagonista, que nunca escondió ser activista de izquierdas y lesbiana, fue acosada por el nuevo régimen. Sus obras se quemaban en público y fue expulsada de la universidad, donde daba clases de Literatura Comparada. Viendo amenazada su vida, cruzó el charco y se instaló en la Barcelona del boom latinoamericano y Carme Balcells, aunque no se unió a ella. Desde nuestra ciudad siguió escribiendo y escribiendo, pues era lo que mejor sabía hacer, y atacó al régimen que se había impuesto en Uruguay. Hasta tal punto sus letras tuvieron repercusión que tuvo que volver a exiliarse y pasó unos años en París. Sin embargo, muerto Franco, regresó a Barcelona, donde todavía vive.

Su obra literaria ha merecido los elogios de la crítica internacional, ha sido traducida a más de una docena de idiomas y la señala como una de las escritoras más importantes de su generación. Ella misma no quiere ser clasificada ni como poetisa ni como novelista, sino simplemente como escritora. Ha escrito poemas, novelas, ensayos, artículos periodísticos y algunas magníficas traducciones. A finales de 2021, se anunciaba que Cristina Peri Rossi había sido galardonada con el Premio Cervantes, el mayor galardón al que puede aspirar un escritor en lengua española. Al saber que había ganado el premio, la escritora lo celebró diciendo que ahora, por fin, podría pagar el alquiler.

La ceremonia de entrega del premio fue el 22 de abril pasado, en Alcalá de Henares, patria chica de Cervantes. La escritora no pudo asistir en persona por problemas de salud, pero acudió a recibir el premio en su nombre una amiga suya, la actriz Cecilia Roth, que también leyó su discurso. La ceremonia estuvo presidida por los Reyes de España y asistieron el ministro de Cultura y la presidenta de la Comunidad de Madrid, en la que se celebró el acto. Hasta aquí, bien. Ahora quiero preguntarles si saben quién acudió en nombre de la ciudad de Barcelona o del gobierno de la Generalitat de Catalunya, porque la escritora ha desarrollado la parte más meritoria de su trabajo en nuestra ciudad y es tan barcelonesa como cualquiera. Pues si ustedes saben quién ha ido a representarnos en esa ceremonia, me lo dicen, porque lo busco y no me sale por ninguna parte.

También me entristece constatar qué poco hablaron de la escritora en los medios catalanes, los que hablaron de ella. El vacío y el desprecio del nacionalismo reinante es asqueroso, pero ya no nos sorprende, entra dentro de lo habitual. Lo triste es comprobar, además, que esa llamada izquierda ecológica, alternativa y guay hace como si el asunto no fuera con ella y mira hacia otro lado, cuando la mujer daría lecciones de coherencia ideológica, valentía y compromiso a todos juntos y por separado.

Quizá la causa de este injustificable desprecio nació en 2007, cuando Cristina Peri Rossi fue expulsada de un programa de Catalunya Ràdio porque no hablaba catalán cuando le tocaba su turno en una tertulia. Quizá no se acuerden del lamentable espectáculo que siguió. No les extrañe que la escritora, harta de tanto imbécil, ella, que conocía el exilio y la persecución ideológica de verdad y no eso de la que presume nuestro nacionalismo, dijera que aquí se vivía una "una persecución lingüística". Inmediatamente, su nombre fue anotado en la libreta negra de los salvapatrias de pacotilla, esos que tanto se llenan la boca de ser víctimas de persecuciones sin cuento y que tanto se aplican en el cobro de comisiones.

Otros autores han sufrido una suerte parecida, bien porque su lenguaje literario era el castellano, bien porque habían manifestado poca simpatía por el nacionalismo. El poeta Joan Margarit y la novelista Ana María Matute también fueron ninguneados al recibir, igualmente, el Premio Cervantes. Juan Marsé, que murió en 2020, uno de los grandes de la generación de 1950, era continuamente despreciado por no escribir en catalán y por ser ácidamente crítico con el nacionalismo catalán. ¿Se acuerdan de lo que tuvo que soportar Pérez Andújar cuando le invitaron al pregón de las fiestas de la Mercè? Muchos otros, como Eduardo Mendoza, son simplemente ignorados y se hace como si no existieran. Etcétera.

Sin las letras de estas personas, el panorama literario barcelonés y catalán sería muy triste. Atrás quedó esa ciudad en la que Foix, Ferrater o Espriu compartían inquietudes con Gil de Biedma, García Márquez o Barral. Los imbéciles se han hecho con el poder y los demás callamos.