Salía la otra noche de un jolgorio doméstico a una hora razonable (no era ni medianoche) cuando me encontré en la Vía Layetana, por donde llevaba tiempo sin pasar, y tuve la impresión de hallarme en Mariupol tras un bombardeo de la aviación rusa. Sabía que había obras, pero no las había visto, y descubrirlas de noche le daba al entorno un ambiente entre bélico y post apocalíptico: carriles levantados, vallas a cascoporro, iluminación escasa, carencia casi absoluta de tráfico, pacificación en marcha… E interrupción del tránsito en dirección norte. Me hubiese gustado coger un taxi para volver a casa, pero, afortunadamente, Ada sabe que me sienta bien andar (en eso coincide con mi cardiólogo, al que visito una vez al año desde hace casi seis, cuando me infarté) y por eso ha decidido que por la Vía Laietana solo se pueda circular hacia abajo.

No me apetecía un carajo caminar, para qué les voy a engañar, pero no me quedó más remedio y, en el fondo (muy en el fondo), agradecí que la alcaldesa me obligara a ello con sus brillantes ideas urbanísticas (supongo que el gremio de taxistas también le está muy agradecido por ahorrarle el transporte de señoritos coronarios que se resisten a ejercer de peatón). Pensé en la artista conceptual norteamericana Jenny Holzer y su célebre obra de neón Protect me from what I want. Y di de nuevo gracias al cielo por tener una alcaldesa que sabe mejor que los ciudadanos lo que a estos les conviene: el paseíto de tres cuartos de hora hasta mi domicilio me hizo llegar echando el bofe, pero, insisto, fue por mi bien. Yo creo que hasta dormí mejor que de costumbre. O, por lo menos, más cansado. Eso sí, como soy de natural mezquino y egoísta, no pude evitar entretener la espera hasta el momento de quedarme sopas pensando en la reforma de la Vía Laietana. Y en las súper manzanas, que últimamente se ha cargado un célebre urbanista partidario de ellas alegando que las de Ada son una chapuza que no soluciona nada y que solo pueden aspirar a enmendarle la plana al pobre Ildefonso Cerdà, que ya no está en posición de defenderse.

La verdad es que a mí la Vía Laietana ya me parecía bien como estaba, con sus carriles de subida y de bajada. Y que las súper manzanas me parecen una idea de bombero que solo sirve para desplazar el tráfico, no para controlarlo. ¿Pero qué importa mi opinión pequeño burguesa comparada con la ciencia infusa de la que disfrutan los comunes? Para empezar, no cuento ni con un triste asesor. Por el contrario, en el ayuntamiento hay asesores para todo, aunque si eres Ada Colau y tienes la ciudad en la cabeza, te basta con hacer tu real gana en todo momento. Total, si alguien protesta --como bien sabemos los que escribimos en este diario--, es porque se trata de un reaccionario al servicio del capital y movido por el odio hacia los genuinos defensores del pueblo como los que componen el actual equipo municipal.

El libre albedrío está sobrevalorado. La opinión del ciudadano, también. Las ciudades se dirigen a base de decisiones de los seres superiores que han accedido a su alcaldía. Si tales seres superiores se te antojan, en realidad, unos zoquetes que van de sobrados, peor para ti. ¿Quién te has creído que eres para pretender subirte a un taxi a medianoche y llegar a casa tan ricamente? Piensa que todo es por tu bien y que te conviene caminar, sobre todo si has tenido algún problemilla coronario. Y si no te gusta la situación, te jorobas, pedazo de desagradecido, y te esperas a las próximas elecciones municipales, donde, si te quieres librar de Ada, vas a poder elegir entre Collboni, Artadi, el Tete Maragall y, si hay suerte, Sandro Rosell. Menudo reparto estelar, ¿eh? Si es que no hay como vivir en la perla del Mediterráneo