El independentismo opera sistemáticamente bajo el mismo esquema. Trata de identificar (o crear) supuestos agravios para jugar la carta del victimismo. Y así año tras año desde hace mucho. De hecho, no deja de ser la historia propia del nacionalismo. La de identificar un supuesto peligro exterior para cohesionar a los que consideras de los tuyos. Un clásico.

Y en Barcelona los partidos independentistas no funcionan de otro modo. Y no pueden funcionar de otra manera porque esta es la única fórmula que les garantiza niveles de éxito aceptables. ¿Por qué motivo, si no, se iban a dedicar a introducir en plenos y comisiones temas que no tienen nada que ver con la política municipal?

El problema de estirar el chicle del victimismo, es que al final se acaban haciendo unas piruetas argumentales más propias de guiones de series de Netflix que de otra cosa. Y la realidad es que, por más que suene menos glamuroso, la política no es House of Cards.

A un año de las elecciones. Ernest Maragall ha tratado de jugar de nuevo la carta del victimismo. Esta vez hablando de una supuesta conspiración a gran escala para arrebatarle la alcaldía tras haberse enterado de que una de las personas investigadas por el CNI tenía información sobre las negociaciones de los pactos post elecciones municipales del 2019.

Según el líder de ERC en Barcelona hubo una “operación de estado” en la que Manuel Valls fue “un juguete más”.

Es increíble ver como algunos tratan de edulcorar una realidad que para ellos ha sido amarga, pero que encaja a la perfección en el juego democrático que tanto reclaman y tan poco les gusta.

Lo que sucedió en Barcelona fue muy sencillo. Ernest Maragall afirmó por activa y por pasiva que quería convertir Barcelona en punta de lanza del separatismo. Lo dijo claro. Y frente a eso, la respuesta de muchos fue instintiva. Establecerlo como el candidato que debíamos evitar a toda costa para Barcelona. A partir de ahí, todo lo demás, fue tan sencillo como natural.

Había que elegir. Entre una coalición progresista o un alcalde que quería supeditar Barcelona a los delirios secesionistas. Y ahí, Manuel Valls lo tuvo muy claro. Y hablo con conocimiento de causa como pueden imaginar. Maragall en la alcaldía, era algo que no podríamos soportar. Menos aún si el papel de una candidatura hecha adhoc para aislar al nacionalismo tenía oportunidad de decidir alguna cosa. Y ahí fue donde salió el exprimer ministro que Manuel siempre llevará dentro. Tomó una decisión firme y no tardó ni dos minutos en definir su posición.

Su voto no iba a permitir de ningún modo que Maragall llegase a la alcaldía. Y para eso no hacían falta ni investigaciones del CNI ni indicaciones de nadie. Manuel puso sus votos a disposición sin pedir nada a cambio, con el objetivo de que en Barcelona hubiera un gobierno Colau-Collboni. Y esto se decidió en una habitación de hotel en la que, ya pueden ustedes imaginar, no había nadie ni del gobierno de país ni de los servicios de inteligencia.

Hay que reconocer que fue una jugada de aquellas que salen casi de rebote, pero que generan gran satisfacción para quien las promueve. Poco importó que Ciudadanos decidiera romper con quien les había liderado en las elecciones municipales. Poco importó que traicionaran incluso el motivo por el que se supone entraron en la escena política. Si se podía evitar un alcalde independentista había que evitarlo. Fuera como fuese. Y el resultado, fue un pacto amplio que ha permitido durante estos años la gobernabilidad de la ciudad alejada de las exigencias secesionistas.

El nacionalismo como buen populismo, cuando pierde, lo cuestiona todo. En este caso, Maragall cuestionó la legitimidad del gobierno de la ciudad. Es vergonzoso. A ver si entre todos hacemos que lo entienda. No hacía falta investigar nada. No hacía falta la intervención de nadie. Los votos estaban y los pactos eran sencillos. ¿Cómo se puede ser tan cínico de criticar el acuerdo que le apartó a él de la alcaldía? ¿No hicieron lo mismo ellos con la Generalitat? ¿No fue Salvador Illa quién ganó las elecciones? Claro. Pero la doble vara de medir del independentismo la conocemos todos.