Así, con la tilde, vendehúmos. La RAE dice que un vendehúmos es (cito) una persona que ostenta o simula valimiento o privanza con un poderoso para vender su favor a los pretendientes. En otras palabras, un vendehúmos presume de lo que no hay para llamar la atención.
Los vendehúmos han existido y existirán, porque forman parte de la condición humana y todos, alguna vez, hemos vendido humos. En una entrevista de trabajo, por ejemplo, cuando te preguntaban si estabas dispuesto a todo por la empresa. A morir, si hace falta, contestabas, porque lo que de verdad querías era el sueldo, que la empresa en cuestión te la traía al pairo. Como más de uno consiguió así un salario a final de mes, conviene confirmar que vender humos es a veces necesario.
El problema es que, hoy en día, el ridículo cotiza a la baja. El principal enemigo de un vendehúmos convencional es el ridículo. Tan pronto era descubierto el embeleco, después de haber predicado maravillas sobre uno mismo y su obra, el vendehúmos quedaba expuesto a un ridículo ignominioso, tal vez insoportable. El peligro de verse desenmascarado echaba para atrás a los más sensatos y sólo tiraban para delante los más desesperados y la tropa de los insensatos, siempre presente en cualquier circunstancia y ocasión. Hoy, decía, como el ridículo cotiza a la baja, la insensatez sube muchos enteros y los vendehúmos están haciendo su agosto. Ya no existe el miedo al ridículo.
Siempre, siempre, se han vendido humos en política. Ya lo hizo Pericles en Atenas, no íbamos a hacerlo nosotros. Pero cuando se echa mano del populismo, ya sea como táctica electoral, ya sea como mecanismo de control ideológico, los humos son demasiados. Asombrosamente, a la gente le encanta el humo y lo compra. Les hace mucha ilusión, el humo. Les encanta vivir en el engaño. Esto es así y ha merecido el interés de la psicosociología en más de una ocasión.
Véase el triste ejemplo del procesismo, ridículo enorme a cargo de nacionalismo y populismo de manual. El humo que se ha vendido ha sido tanto y tan evidentemente humo que es maravilla ver cómo ha encandilado al personal. Será que es un humo adictivo y estupefaciente; la gente que lo consume comienza a decir y hacer cosas que una persona normal procuraría evitar. Incluso los fumadores pasivos, quienes en teoría no comparten esas ideas tan tontas, acaban haciendo y diciendo tonterías por la simple aspiración del humo. O eso o se se suman a otro nacionalismo populista, que aspira a ser igual de imbécil, en el que se adora a un trapo con los mismos colores, pero menos rayas. Cataluña, ahora mismo, está bajo los efectos de una nube de humo tóxico del que costará mucho librarse.
Por lo tanto, que Barcelona tenga tan altos índices de contaminación no puede ser casualidad, sino efecto de tanto humo como nos han querido vender también aquí. La actual alcaldesa y su equipo de concejales echan más humo que un viejo tractor diésel. Venden la moto de la sostenibilidad y la ecología para que nos comamos el desmadre de la recogida de basuras Puerta a puerta, que era un horror en potencia y ahora es un horror en el acto. Otro tanto podría decirse de los planes con las superilles, que vienen ahumados. Lejos de sostenerse sobre cuidadosos estudios de impacto sobre la circulación y la contaminación, vienen acompañadas de humos ideológicos. Vendían humo con los pisos de protección social o el final de los desahucios, un humo que ha acabado en nada. Más humo vendían con la «remunicipalización» de cosas que al final no podían ser «remunicipalizadas». Las famosas consultas, la democracia participativa… humo. Tantos vendehúmos con tantas declaraciones vanas que me da pereza seguir.
Pero es que, fíjense, los grandes proyectos de ciudad que nos han vendido hasta ahora todos los partidos, y he dicho todos, han sido puro humo. Eso del Hermitage era una oscura franquicia del museo de Petersburgo a un fondo de inversión ruso del que ahora prefiere no hablarse demasiado. Las Olimpiadas de Invierno de Barcelona nos han proporcionado no una, sino dos veces ya, el ridículo de una candidatura sin futuro posible. No conozco ningún proyecto para Barcelona los últimos diez años que no haya sido una cortina de humo.
Mientras tanto, la Nissan se fue y la Seat cuándo se irá, por ejemplo. Pero nadie ofrece planes de verdad serios a medio y largo plazo, ni siquiera el más elemental, el de una buena gestión de lo público. No. Aquí todos venden humo y nos ofrecen el porrete.