El halago debilita, decía José María García. Pero la crítica permanente y el pesimismo deja exhausto también al más valiente. Barcelona ha sufrido un proceso de desgaste enorme, con un debate de alto voltaje sobre un supuesto –y real—debilitamiento económico en comparación con las grandes urbes de su entorno. El proceso independentista, de hecho, se explica, en parte, como una reacción ante la asunción de que la ciudad perdía poder frente a la capital de España, Madrid. Para buscar un mayor reequilibrio, siguiendo una de las notas de opinión clave del Círculo de Economía en un lejano 2001 –se señalaba que el Gobierno favorecía Madrid como gran centro económico de toda España— se quiso entender que era necesario un cambio político de envergadura.

Porque esa era la realidad. El proceso de pérdida de poder, debido a muchos factores --la renuncia de una elite económica a ejercer su papel—ya había comenzado antes del proceso independentista. Y, al no ser el independentismo la respuesta correcta –más bien al contrario—lo que ha ocurrido en los últimos años es que ese peso económico ha ido descendiendo. ¿Qué hacer entonces?

Barcelona lleva tiempo haciendo lo que le toca desarrollar. Lo que debería haber intensificado hace muchos años. Una labor sorda, con una coordinación total entre los diferentes resortes económicos y sociales de la ciudad, para lograr objetivos tangibles. Y eso ha dado resultados. El papel de la Fira de Barcelona ha sido crucial, con su apuesta estratégica por la ampliación del recinto firal en L’Hospitalet; también al área económica del Ayuntamiento de Barcelona, y el propio consistorio de L’Hospitalet, el Ministerio de Economía y una empresa comprometida: Telefónica. Colaboración público-privada en todas sus dimensiones.

El hecho es que el Mobile World Congress ha decidido permanecer en la ciudad hasta 2030, con todo lo que ello comporta, y sabiendo todos los actores involucrados que esa alternativa que aparece de forma constante, el Madrid todopoderoso, nunca ha tenido ninguna posibilidad.

Barcelona puede y debe exhibir su orgullo de ciudad, pero no como una especie de grito propio de una tribu –el gran mal catalán, que es supremacista—sino como un modo de estar en el mundo para lograr más objetivos tangibles. Para demostrar que lo único que puede salir bien –nunca se tienen, sin embargo, todas las garantías— se logra con trabajo colectivo, con coordinación y con una actitud humilde.

El anuncio de la GSMA para fijar la permanencia del MWC en Barcelona debe valorarse en su justa medida. Es cierto que el evento ha cambiado, que ya no es –porque las propias marcas de telefonía se mueven con otros conceptos y variables—el gran fenómeno tecnológico que rompe moldes. Pero sigue teniendo una enorme influencia. Se debe plantear la cuestión al revés: ¿Qué hubiera pasado si la GSMA hubiera decidido cambiar de aires sin prorrogar el contrato con Barcelona? Las señales de decadencia se hubieran proclamado sin rubor, con la percepción de que poco se podría hacer por levantar el vuelo.

Hay más cuestiones que afectan al futuro de una gran ciudad. Pero el MWC ha sido una bandera de Barcelona en los últimos años, con un espíritu internacional que creaba expectativas para convertir la capital catalana en una gran urbe global. Y sin mirar de reojo a Madrid, que tiene otras características, con otras exigencias y con otros servicios, los que le presta el Estado.

A esa decisión hay que sumar la atracción –por parte de la Fira—de la feria audiovisual ISE, evento de vital importancia que tenía su sede en Amsterdam, o la Copa América de Vela –para 2024—un logro que se debe en gran medida a un lobi empresarial de carácter privado, Barcelona Global, y que este lunes designaba como nueva presidenta a Maite Barrera, en sustitución de Aurora Catà.

¿Es suficiente? ¿Hay palancas que van en sentido contrario, como el gobierno municipal de Ada Colau, que al aterrizar en la alcaldía criticó con dureza al MWC por no repartir la riqueza en toda la ciudad? Las hay, sin duda. Pero la fortaleza de esa sociedad civil que dice que existe se mide, precisamente, por iniciativas como las que impulsa la Fira de Barcelona. Exhibir músculo, buscar las oportunidades, dejar de mirar a Madrid y considerar que Barcelona tiene un gran futuro si se lo trabaja. Eso es lo que debería contar.