Amodio, no Amedio. Amedio era el mono que acompañaba a Marco en el viaje en busca de su mamá. Amodio es una palabra inventada, suma de amor y odio. Es como un ni contigo ni sin ti, un te quiero pero no te quiero. Los diccionarios no recogen este palabro, pero qué más da. Estamos entre amigos y aceptamos el juego.
El caso es que Barcelona en general y los barceloneses en particular sienten amodio por el turismo. Ahora que estamos en verano, el amodio se convierte en visceral, casi diría que en algo doloso. Porque la cosa del turismo despierta pasiones.
Ya saben de dónde viene eso del turismo. Es un invento de las clases adineradas de la Inglaterra georgiana y de los alemanes de antes de que existiera Alemania. Los hijos de nobles y algún adinerado burgués, una vez acabados sus estudios, partían en un viaje iniciático con un tutor. Su destino, Italia; a veces, también Grecia y alguna vez, España. Se suponía que iban a completar el lustre de una buena educación conociendo de primera mano los restos de la magna Roma, pero lo cierto es que aprovechaban la menor ocasión para ir de putas (perdón), emborracharse como cubas y grabar su nombre con la punta de una navaja en algún monumento antiguo. A ese viaje que duraba meses lo llamaban Grand Tour, de donde viene turismo.
Con el ascenso de la burguesía urbana, el viaje en pos de la historia y la cultura se hizo realidad y no fingimiento, porque el burgués que perdía en tiempo entre las ruinas lo hacía por vocación; con mayor o menor fortuna, pero con ganas. Luego vinieron las vacaciones pagadas, un derecho que ganó el proletario mediante la imposición de la lucha de clases, las huelgas y los votos de la socialdemocracia europea. El turismo se universalizó y se convirtió en un asunto de masas. Y de ahí viene precisamente el amodio del que hablaba, el amodio que sentimos por el turismo y los turistas.
Nos gusta que Barcelona sea un nombre conocido en todas partes, aunque luego haya quien hable de la marca Barcelona y nos haga fruncir el ceño.
Somos tan provincianos que cuando vamos por ahí no perdemos ocasión de decir que somos de Barcelona, para que nos digan "ah, Barcelona, qué bonita es Barcelona", como si fueran Jorge Sepúlveda. Pero mejor no pinchar demasiado, porque entonces salen los tópicos: toros, flamenco, sangría, una curda como un piano, sol, playa, la Sagrada Familia y el Barça. Algunos se alegrarán de ser conocidos gracias a la Sagrada Familia y el Barça; otros no. Pero los del Barça y la Sagrada Familia torcerán el gesto al oír hablar de toros, flamenco y botellones. Eso pasa por andar por ahí de provincianos, qué queréis que os diga. No haber preguntado.
Ahora asoman los motivos del odio. El botellón, el llamado turismo de chancla y borrachera, el ruido, la vulgaridad… y también, es feo decirlo, nuestro esnobismo, porque quisiéramos que todos los turistas fueran milores, cuando todo el mundo, hasta los más pobres, tiene derecho a unas vacaciones. Nosotros mismos, por ejemplo. Pero es cierto que existe un serio problema de convivencia, cultivado durante años por la falta de iniciativa de la Guardia Urbana y las autoridades del municipio. Quizá ahora sea ya un poco tarde.
El turismo, si se descontrola, se lo come todo. Convierte algunas calles en la galería del souvenir hortera y la comida basura; el carácter del barrio queda sepultado bajo la servidumbre del turismo y el gentío de forasteros; los alquileres turísticos distorsionan el mercado de la vivienda… Pero, al mismo tiempo, necesitamos del turista, porque vivimos del turismo, es nuestra principal industria. Eso sí, es una industria que ofrece trabajos mal pagados y malos contratos. Puedo afirmar que no ofrece perspectivas profesionales a sus trabajadores, pero sí trabajos de mala calidad. El sector turístico ha crecido salvaje, sin tasa ni freno, sin ningún plan detrás que no fuera el de exprimir al máximo a la gallina de los huevos de oro.
Así estamos y vienen elecciones. No veo propuestas con cara y ojos sobre un problema que nos afecta tanto, tanto para bien como para mal. No hay un plan, tampoco se busca. Se proponen acciones estrella, pero no tienen nada detrás más que oportunismo y propaganda. No hay ni acuerdo ni propósito compartido por una gran mayoría. No se aprecian miradas serenas y objetivas a medio o largo plazo ni entre la izquierda ni entre la derecha ni entre los más chiflados. Mal asunto.