Los grafitis que vemos por todas partes de la ciudad, en las paredes de los edificios, en el mobiliario urbano, en el metro y en un sinfín de sitios, proviene de una corriente que surgió en Estados Unidos llamada Hip Hopp. Una cultura que se implantó en Nueva York por Afroamericanos y Latinoamericanos en la década de los años 1960. El nombre de grafiti viene de la palabra latina scariphare, una técnica que utilizaban los romanos y que consistía en escribir sobre las paredes mediante un punzón. Una forma testimonial que tenía por objetivo el llamar a la crítica social que ya existía en aquel entonces, y que alimentaba el impulso ciudadano de dejar cierto tipo de huella en los espacios urbanos con la intención de mostrar un mensaje visible a otras personas.
Pero no fue hasta los años 60 en Filadelfia, que un joven que se hacía llamar Cornbread, empieza a pintar, principalmente con un fin artístico, su apodo por todas las paredes de la ciudad. No pasaron muchos años, que esta moda de pintar sobre las paredes de los edificios, se extendió por Nueva York y posteriormente por todo el mundo. Un fenómeno artístico que no tardó en aplicarse, sobre los vagones del tren y del metro, y que en EEUU se vino en llamar Whole Cars. Una obsesión en pintar con spray la totalidad de los vagones de los trenes. Iniciándose así un cierto tipo de grafiti de autor.
Barcelona no se escapó a esta corriente, y pese a la ordenanza de civismo, promulgada a finales del 2005, que prohibía estas actuaciones, sigue manifestándose hasta la actualidad de una manera extensiva en todos los distritos de la ciudad. Hemos podido ver, estas semanas pasadas, como se ha vandalizado mediante grafitis, la escultura "el Gato" del artista Botero, y también "los Cubos" de la artista Rebecca Horn, además de diversas pintadas sobre el patrimonio arquitectónico de la ciudad, como la Basílica de Santa María del Pi, la Iglesia de Betlem etc. que sin ningún tipo de escrúpulos pasan a ser el soporte de cualquier grafitero sin ninguna connotación artística, y que atentan contra el patrimonio de la ciudad. Una agresión que el ayuntamiento, en muchos casos, al no tener indicios de la auditoria, no puede interponer la consiguiente denuncia. El distrito de Ciutat Vella se ha convertido, en la actualidad, en un lamentable escaparate de estas actuaciones, que conjuntamente con el abandono de muchas de sus fachadas, denotan un aspecto penoso de muchos edificios de este distrito de la ciudad. El incivismo llega hasta situaciones que hace que alguno de estos "artistas", sitúen sus logros en la parte más alta de los edificios, lo cual les permite mayor supervivencia de sus pintadas, así como una mayor dificultad en el borrado.
Parece ser que el Ayuntamiento, después de semejante desaguisado vandálico, multará a los incívicos que ensucien las calles de la ciudad. Ya era hora. Ni que decir tiene que el presupuesto que dispone el consistorio en limpieza de estas actuaciones supera los 4M de euros y que ya en el año 2021 se limpiaron cerca de 300.000m de fachadas. Una millonada que, conjuntamente con los millones de euros que destina Renfe a la limpieza de los grafitis de sus vagones, nos da una cifra colosal que sinceramente no nos tendríamos que poder permitir para estos menesteres.
Por otra parte, no hemos de confundir aquellos artistas de reconocido prestigio internacional que provienen del arte callejero, con el grafiti que simple y llanamente ensucia la ciudad. Artistas callejeros como Banksy, uno de los creadores más caros del mundo, o David Choe, que pintó un mural para las oficinas de Facebook, y que recibió la nada considerable cantidad de 200M de dólares en acciones de la compañía, o el mundialmente conocido Basquiat, ya fallecido, que empezó pintando vagones de metro en Nueva York, y que posteriormente llegó a vender una obra suya por más de 110M de dólares. Artistas que no tienen nada que ver con lo que normalmente estamos presenciando en las paredes de nuestras calles. El arte callejero ha contribuido a internacionalizar a algunos artistas, que con su creatividad y reivindicación han sido artífices de parte de la historia del arte. Es en este aspecto, que sin duda se hace necesario disponer de un espacio que sirva para canalizar esta corriente expresiva hoy en día tan en boga. Uno o varios espacios que, desde el ayuntamiento, permitieran la actuación de los artistas urbanos, y que puedan mostrar, de esta forma, su obra en lugares dedicados a tal fin. Si no corremos el riesgo, como está pasando con este boom de pintadas, que el patrimonio arquitectónico de la ciudad se vea sometido a todo tipo de ataques que no hacen más que contribuir a ensuciar las paredes, y a dar una imagen de dejadez que Barcelona no puede permitirse.