Para celebrar que Barcelona casi cuadruplica las okupaciones de Madrid, Ada Colau y su club del marujeo han decidido que el vecindario del barrio de Sant Martí se dedique al cultivo del pimiento en un nuevo huerto urbano. El espacio elegido es un aparcamiento gratuito que suponía un pequeño alivio para un barrio necesitado de aparcamientos. Pero en su cruzada contra los coches, Colau ha impuesto dedicarlo a la agricultura de subsistencia, para disimular la creciente pobreza, y llamarlo el Huerto de los pebrots. Un nombre que es otro culto a su personalidad, ya que en castellano machista y patriarcal se podría traducir como “por sus cojo…”.
Proyectado por un arquitecto amigo y tras un concurso a medida de la empresa amiga que lo llevará a cabo, el huerto de los pebrots de Colau será de un cursi insoportable. Tal y como cabe esperar del club de damas comunistas transformadas en teólogas de la horticultura sin haber doblado nunca el espinazo ni saber lo que es una azada. Su cursilada bucólica y ruralista se remata con endosarle tres bancos modelo Neoromántico liviano (diseñados por otro arquitecto amigo y fabricados por una empresa favorecida), que son de lo más hortera para un huerto sin romanticismo alguno. Su funcionalidad es, de momento, maquillar con un debate estético y estéril el éxito de la alcaldesa que fue okupa y ha logrado derrotar a Madrid, que cada vez tiene menos okupas.
Otra gran victoria de Colau y su círculo de horteras marisabidillas ha sido lograr que Barcelona sea una ciudad con más delitos cada día y cada año. Según las estadísticas del Ministerio del Interior, las infracciones penales han subido más de un cuarenta por ciento respecto al año pasado. Todas las especialidades que han aumentado son: el narcotráfico, los asesinatos, los robos con violencia en la calle, domicilios y establecimientos, los robos de vehículos, las agresiones sexuales y los delitos contra la libertad sexual. Únicamente los secuestros se mantienen igual. Estos resultados son otro triunfo de Colau y sus cortesanas, ya que expande la mala fama internacional de la ciudad y ahuyenta al turismo, que es el auténtico objetivo de la comunada.
Para celebrarlo, Colau y sus comadres tiquismiquis han decidido meter las narices y entrometerse en actividades gastronómicas. Su gran paso adelante ha consistido en prohibir el foie-gras en los menús municipales. El argumento es evitar el sufrimiento de ocas, patos y gansos a fin de obtener un sabroso manjar para los seres humanos. Dada su incapacidad para proteger a la ciudadanía del aumento de delitos, la peña de ramplonas municipales se dedica a la salvaguarda de los hígados de los animalitos que embellecen lagos y estanques en ciudades bien cuidadas. Algo impensable en la fea y sucia Barcelona actual. Encerradas en su sectarismo orgánico y oficial, se empeñan y escudan en su supuesta “necesidad de ampliar espacios para cultivar de forma natural verduras y hortalizas por los propios vecinos/as del barrio”. Falacia que amaga su intención de convertir Barcelona en un ciudad plagada de labriegos, para mayor honra y gloria de los pebrots de Colau.