La ciudad, en agosto, es un extraño paraíso. Especialmente, durante el ferragosto, palabra de origen italiano que todavía no reconoce la RAE. Me contaron, y no sé si será verdad, que fue Mussolini el que organizó las vacaciones durante el ferragosto. Eran los tiempos de la Italia Littoria, de desfiles fastuosos, proclamas desde el balcón de la piazza Venezia y vacaciones en campamentos y colonias del partido, a las que sólo tenían acceso pelotas y enchufados. Ojo: la historia podría ser falsa, porque algunas democracias liberales europeas, como la francesa, también hacían vacaciones en agosto. Tendré que investigar.
Pero decía que la ciudad, en agosto, es un extraño paraíso porque todo el mundo se ha ido de vacaciones. Todo el mundo es claramente una hipérbole. Mucha gente sería más correcto. Mucha otra gente no ha podido irse de vacaciones a ninguna parte, porque uno de cada tres barceloneses no puede permitirse pasar unos días de vacaciones fuera de casa. Los otros dos tercios, con apuros y apreturas.
Pero es cierto que Barcelona se vacía. Es normal. Disminuye la actividad económica. Muchos automóviles han abandonado la calzada. Niños, no hagáis estas cosas, pero un peatón puede permitirse el lujo de cruzar algunas calles sin atender al semáforo. El barcelonés que permanece en la ciudad en agosto, si no fuera por el calor, la disfrutaría en paz.
Ahora bien, en algunos lugares se acumulan los guiris, aves de paso, de migración estacional. Se distinguen del indígena por tener la piel colorada, pisar con chanclas y acumularse en lo que, supongo, serán lugares de cortejo o anidación, como la zona adyacente a la Gran Mona de Pascua. Ese nombre se lo puso el gran Bohigas, en gloria esté, a la Sagrada Familia, un engendro que inició Gaudí y que culminan los aficionados a Disneylandia.
Muchas veces paso por ahí, abriéndome paso entre la muchedumbre, hasta dar con un rincón desde el cual poder observar a tan curiosa especie migratoria. Me fascina ese ritual del cortejo consistente en hacerse una fotografía con esa cosa de fondo. El guiri, de natural descuidado, al verse bajo el objetivo de una cámara adquiere inmediatamente una forzada pose de modelo. Con un brazo en jarras y el otro alicaído, o señalando al monumento, inclinada la cabeza con rapidez y naturalidad hacia un lado, una sonrisa llena de dientes, una pierna de repente doblada y adelantada… Zas, foto. También forma parte del ritual hacer morritos delante de la cámara de fotos mientras uno se hace un autorretrato, porque todo indica que el guiri es un ave del género narcisista.
Pero, ay, tarde o temprano, ¡todos somos guiris! Está bien reírse del prójimo, siempre que sepamos que nos estamos riendo de nosotros mismos.
A la que uno se aleja de las concentraciones y zonas de paso de guiris, de nuevo paz, excepto en zona de obras. Porque las obras para poner a punto la ciudad son también una tradición veraniega. En la Diagonal, entre la estatua de Verdaguer y la calle Cerdeña, han abierto una zanja que es cosa de ver. Al fondo, un río subterráneo nos recuerda que una ciudad como Barcelona es un complejísimo tejido de infraestructuras sanitarias, eléctricas, de distribución de agua y gas, de medios de transporte… y verlo en persona delata nuestra pequeñez e insignificancia.
También se está animando allá donde pondrán una superilla. Menudo follón, con todas esas grúas y máquinas. Las calles afectadas, ahora mismo, ya muestran señales de atasco y las calles vecinas, de incremento del tráfico. Ahí sí que tienes que atender al semáforo. Esto ahora, en pleno «ferragosto». A ver cómo será después de vacaciones.
También será interesante comprobar cómo afectará la rebaja de los billetes de metro y autobús a la movilidad urbana. ¿Se aprovechará la ocasión no para ganar viajeros durante pocos meses, sino para convencerlos de que es mejor el transporte público que el privado en Barcelona? Leo que algunas líneas, como la H12, ya están saturadas y ya no pueden con su alma, que los trabajadores ya están convocando huelgas… pero no leo planes de nadie para mejorar la frecuencia de paso o la calidad del servicio.
Pero, claro, están de vacaciones. Cuando vuelvan, como de costumbre, volveremos a marear la perdiz. Pobre perdiz.