El año 1974, Manuel Vázquez Montalbán (MVM) escribió el ensayo La penetración americana en España, que fue prohibido. Comunista, y sin embargo lúcido, sostenía que la influencia económica de Estados Unidos penetraba también a través de la ideología popular estadounidense. Y vaticinó que esa dominación ideológica se daría también entre los intelectuales que, según él, “estarán siempre más allá de la lucha de clases”. Acertó de lleno. Porque los presuntos intelectuales, es un decir, de la comunada, ven ahora que, a pesar de sus muchas luchas, es otro decir, el regreso de los estadounidenses beneficia al comercio, a la hostelería y al paisaje humano de Barcelona. Además, se perfila ya como el principal turismo que visita la ciudad. Mal que les pese y deje ideológicamente en ridículo a la prelada Colau y a su capellanía antisistema y antiamericana.
Recordaba MVM: “Un español que se llamaba Alfredo Manzanares se convirtió en un novelista popular bajo el seudónimo Alf Manz. Le bastó especializarse en novelas de FBI, novelas baratas llenas de emociones, llenas de imposibles ademanes para el español medio. ¡Qué ademanes! ¡Qué estilo de vida tan alto tenían los agentes del FBI en las novelas de Manzanares!”. No fue casual que su detective Pepe Carvalho hubiese trabajado para la CIA y matase a Kennedy. A MVM lo expulsó del partido comunista un marxista, antes falangista, llamado Manuel Sacristán. Era era el santón ideológico de los progres de entonces, que se negaban a beber Coca Cola y a vestir tejanos Levis en público. Su herederos fueron los de ICV, que en sus cuarteles generales durante la elecciones consumían un sustitutivo brebaje negro, repelente y pegajoso etiquetado en árabe. Era la belle époque de los camaradas Ribó y Saura.
Nada que ver con las marcas internacionales de lujo que compran en Barcelona los turistas americanos, ni con los restaurantes que practican ni con las buenas propinas que dan a los buenos camareros. Nada que ver, tampoco, con las simpatías ideológicas de Colau y su feligresía por el Che Guevara y Castro en Cuba, por Maduro en Venezuela, por Preto en Colombia o por Morales en Bolivia. Todos ellos, excrementos de dictaduras en las venas exangües de la América Latina sin pan ni libertad. En la Barcelona de este verano ha quedado claro que la culpa de todos sus males, crímenes y corrupciones no es de los alegres turistas de las barras y estrellas. También se demuestra que es mentira el peligro de perder la identidad local a causa de la americanización, como pasó cuando la romanización bajo el amparo del imperialismo romano. Del cual quedan más restos, monumentos y atractivos arqueológicos en Tarragona que en Barcelona.
Otro efecto del turismo americano en la ciudad es que cada día gastan más de doscientos euros que los turistas nacionales y los procedentes de otros países. Con el dolar en buenas circunstancias, estos datos desmienten aquellas falsas promesas de Colau de acabar con el turismo de pijos. Y es que con pseudo intelectuales y pensadores de la talla de Asens, Badia, Pisarello o Subirats no se llega a otra parte que a un fachoso revival de Bienvenido Mr. Marshall.