La Colònia Castells está situada en el barrio de Les Corts y fue una de las barriadas de casas baratas más importantes de Barcelona. Hay que retroceder hasta 1873. Manuel Castells, un empresario natural del Pallars, compra una antigua fábrica para dedicarla a hules y barnices. La propiedad, tras su fallecimiento, la heredaron sus descendientes, hasta que en 1923 se promovió la urbanización de los terrenos de la fábrica, construyendo lo que sería un barrio obrero conocido como la Colònia Castells. Un proyecto original de Vicente J. Fenollosa, que consistía en el diseño de unas pequeñas casas de aproximadamente 50 metros cuadrados en planta baja con un pequeño jardín. En el año 1930, vivían más de 700 vecinos y existían más de 140 casas.

Llegado el año 2002, el ayuntamiento aprobó el Pla Urbanístic de la Colònia Castells. Un proyecto que en gran medida hacía desaparecer las casas. Establecía la construcción de un gran parque y de nuevas viviendas, y equipamientos. Sin embargo, la voluntad de los vecinos reclamaba que el diseño del parque mantuviera el trazado de los antiguos pasajes, así como la conservación de varias de las antiguas casas. Una vez comenzadas las obras, el ayuntamiento se reafirma en ejecutar el proyecto aprobado. Entidades vecinales, como Salvem el Camp de la Creu-Colònia Castells, piden la inmediata paralización de las obras. Unas obras que consideran poco respetuosas con la memoria histórica de un barrio obrero que marcó la idiosincrasia de todo un territorio.

Los vecinos y diversas asociaciones siguen reivindicando un planeamiento del parque que preserve una parte de la historia del barrio, y que mantenga de esta manera los antiguos pasajes como ejes de urbanización del mismo. Porque el proyecto del parque, tal cual está concebido, desgraciadamente tiene poco que ver con el antiguo trazado de una colonia de 100 años de antigüedad.

La colonia representa un ejemplo muy significativo, de un nuevo modelo de arquitectura que apareció a principio del siglo pasado. Unas pequeñas y sencillas casas, construidas con pocos recursos, que albergaban, en más de una ocasión, a más de una familia, y que con su pequeño jardín, hacían de esta trama urbanística un ejemplo de barrio-ciudad. Muchas han sido las asociaciones vecinales que se han posicionado en contra de esta iniciativa municipal, y claramente apuestan por una remodelación del proyecto. Los vecinos reivindican el derecho a la memoria histórica. Un pasado muy vinculado al barrio, que se ha conservado durante generaciones.  

La memoria que forma parte de una población está definida por sus historias, y, para que estas perduren, se le da forma mediante el patrimonio edificado. El espacio urbano es muy importante en la materialización de la identidad de un pueblo. Destruir el valor simbólico, que en estos casos tiene la arquitectura, así como el tejido urbanístico, es un ataque a la memoria colectiva. Una memoria donde perduran los valores y un pasado en común.

En 1963 Michael Moorcock, un afamado escritor, acuñó el término Urbicidio, refiriéndose al asesinato de una ciudad, como consecuencia de la aniquilación simbólica de la memoria de los pueblos. Una destrucción del patrimonio que arruina valores cívicos de una ciudad. Ni que decir tiene que en estos últimos tiempos hemos podido observar diversas actuaciones que han dejado perplejos e indignados a muchos vecinos. Ejemplos como La torre Paula Canalejo en el Putxet, la casa Jover en la plaza Adriano, la cooperativa La Flor de Maig, la transfiguración de la Masía de Can Raventós o las Bugaderies de Horta, son un compendio de actuaciones que hacen peligrar el legado histórico de una ciudad como Barcelona. Y qué duda cabe que este tipo de iniciativas la ciudad no se las puede permitir.