Teniendo en cuenta que no sé conducir ni un coche ni una moto (ni, ya puestos, una bicicleta o un patinete), tal vez debería abstenerme de opinar acerca de las medidas que toma, o piensa tomar, al respecto nuestro querido ayuntamiento. Pero como equivalente motorizado del fumador pasivo (al que tanta importancia conceden nuestros gobernantes, del ayuntamiento a la Generalitat, como demuestra la intención de prohibir fumar en las terrazas a partir del año que viene, tema al que ya volveremos un día de éstos), creo que puedo hacerlo tranquilamente. Y, antes que nada, una afirmación tajante: detesto a los motoristas que se suben a la acera para aparcar sin bajarse de sus vehículos de dos ruedas, esquivando transeúntes hasta encontrar un sitio en el que dejarlo. ¿Tanto les costaría bajarse de la moto nada más encaramarse a la acera y acompañar amablemente, ¡y a pie!, al vehículo hasta su lugar de reposo? Y aún diría más: ¿no habría que multar a esos haraganes egoístas incapaces de caminar unos metros por la acera? ¿O es que se han convertido en centauros sin que los demás nos hayamos dado cuenta?

A los comunes no parece preocuparles mucho ese asunto, pero se acaban de fijar en las motos, a las que tenían algo olvidadas con su obsesión por hacerles la vida imposible a los automovilistas (por su propio bien, claro, por la sostenibilidad, la lucha contra la polución y demás excusas habituales). La cosa aúna el objetivo de la sostenibilidad con el del lucro municipal, pues todos sabemos que lo cortés no quita lo valiente. Y no es inminente. De momento, solo es una idea lanzada al vuelo, a ver qué tal se la toman los barceloneses. Una idea que consiste en cobrar a los motoristas por aparcar y que ya ha causado la indignación del colectivo motero, que no tiene ganas de rascarse el bolsillo por algo que hasta ahora le salía gratis.

A mí, francamente, la idea no se me antoja tan descabellada (sobre todo, si se ofrecen alternativas a las aceras, como parece ser el caso, aunque se limiten a posibles aparcamientos subterráneos que no está muy claro donde se ubicarán). Barcelona es una ciudad trufada de vehículos de dos ruedas. Si no me equivoco, es la ciudad de España más llena de motos (cualquiera que visite Madrid observará que su presencia en la capital del reino es bastante menor). Hasta que llegaron las bicicletas, la moto era la pesadilla del taxista medio, dada la costumbre de sus conductores de aprovechar las rendijas del tráfico para ganar tiempo, aunque se pusieran en peligro. La moto tenía algo de chollo urbano: te colabas por donde podías y, al llegar a tu destino, aparcabas el trasto donde Dios te daba a entender. Actualmente, tenemos en la ciudad aceras casi intransitables a causa del montón de motos que se acumulan en ellas. Y si enfrente está la terraza de un bar, hay que pasar entre esta y las motos prácticamente de perfil (momento en el que siempre recuerdo la canción de las Bangles Walking like an egyptian.

Como les decía, la medida de cobrar a los motoristas por dejar su chisme con ruedas en la acera ni es inminente ni es seguro que se vaya a aplicar. Pero, dejando aparte el evidente interés recaudatorio, debo decir que no me parece mal. Y con ella evitaríamos el agravio comparativo que sufren los automovilistas, para los que cada día hay menos plazas de aparcamiento en Barcelona por cuyo uso no haya que pagar. El aparcamiento subterráneo suena muy razonable, sobre todo si no deriva en una chapuza que no sirve para nada. Todo lo que sea expulsar de las aceras a cualquiera que no ejerza de peatón (o de bebedor y fumador de terraza) me parece bien. Para empezar, el ayuntamiento podría poner en su sitio (o sea, la calzada) a ciclistas, y devotos del patinete. A continuación, nada mejor que acabar con mi bestia negra particular (el motorista que circula por la acera mientras busca aparcamiento) poniendo a vigilarlos a agentes de la Guardia Urbana provistos de pistolas Taser con las que aplicar contundentes descargas eléctricas mientras persisten en su deplorable actitud (cazarlos al vuelo dotaría el castigo de un tono espectacular que los peatones valoraríamos mucho).

Lo de que la Generalitat no deje fumar en las terrazas de los bares me parece una barbaridad y un atentado a la libertad con excusa médica. Pero de eso ya hablaremos cuando llegue. Porque llegará: me lo veo venir porque nuestros políticos, del nivel que sean, están obsesionados por salvarnos de nosotros mismos.