Por encima de todo, quienes se sumaron al proyecto político de Jordi Pujol desde primera hora eran gente de orden. Catalanes, catalanistas, nacionalistas, separatistas, católicos, defensores de la libre empresa, europeístas, pero fundamentalmente gente de orden.

Eso explica que una vez restituida la democracia, CDC echara mano de no pocos políticos de pasado tardofranquista para ocupar puestos que requerían experiencia, sobre todo si eran conocidos en sus comarcas y podían atraer el voto conservador. De los 75 alcaldes de la época predemocrática que seguían en el poder en Cataluña una década después de la muerte del dictador, 48 militaban en CDC, el 64%.

Esos datos, que pertenecen a un estudio de 1988 dirigido por el catedrático de la UAB Joan Marcet, dibujan el maridaje del caciquismo con la política durante y después de la transición. Sus protagonistas cambiaron de régimen, pero no de intereses y puede que tampoco de ideas. El partido de Pujol ha sido desde su nacimiento el referente del mundo poderoso y conservador acostumbrado a mandar. En otras zonas de España, la formación donde esa élite se sintió cómoda fue Alianza Popular --Partido Popular--, pero aquí fue Convergència y, en mucha menor medida, Unió Democràtica de Catalunya (UDC).

La actitud de políticos como Francesc de Dalmases y Laura Borràs responde directamente a ese perfil caciquil. Solo respetan las reglas cuando sirven para someter a los demás: ella tiene al Parlament en una situación de provisionalidad que solo se explica por sus líos con los recursos públicos de la Institució de les Lletres Catalanes. No contenta con eso, presionó hasta que sus correligionarios se hicieron el harakiri dejando al Govern en minoría.

Y encima trató de condicionar el dictamen de asuntos internos de JxCat sobre el comportamiento infame de Dalmases contra una periodista de TV3. Parece ser que, al ver que no conseguía su propósito, castigó a Magda Oranich, la redactora del expediente, retirándole la palabra para siempre. Como se ve, dentro de su miseria, son gente muy naïf.

Poco importa lo que pueda hacer la dirección de JxCat respecto al diputado chulesco, y mucho menos que él renuncie a las poltronas accesorias al escaño; el mal está hecho. Ambos han puesto en evidencia que en la nueva convergencia viven, mandan y se lucran los herederos de aquellos señores de orden, los caciques nostrats. Ahora todos son independentistas, por supuesto.