A mi parecer, en nuestro país, ha calado demasiado hondo aquello de que, en campaña electoral, no hay nada mejor que manejar una de estas tres emociones: el miedo, el rechazo o la esperanza. Así lo esgrimía Iván Redondo y de ese modo funciona gran parte del espectro político actual.

Es innegable que en situaciones de desesperanza e incertidumbre, activar estas emociones es relativamente sencillo y parece generar un rédito inmediato, pero... ¿qué pasa cuando lleva utilizándose esa estrategia demasiado tiempo? A mi entender la sociedad se rompe. Se fragmenta. Y se instala en una desesperanza “auto aprendida” que nos lleva como individuos a situaciones insostenibles a nivel emocional.

A día de hoy hay demasiadas opciones políticas instaladas en la queja constante y en el intento de activar el miedo hacia el resto. Es cierto que venimos de un tiempo en que ha habido proyectos políticos que amenazaban nuestra estabilidad y nuestro modo de vida. También es cierto que ha habido proyectos que han mermado nuestras oportunidades a nivel global. Pero no es menos cierto que somos muchos quienes anhelamos iniciar un tiempo nuevo. Es prácticamente una necesidad colectiva. Dejar atrás la tensión, la incertidumbre y el miedo para abrir una nueva etapa de prosperidad compartida.

Es complicado vivir sumido permanentemente en la desilusión.

De hecho, es peligroso. Por eso considero irresponsable que se abone sistemáticamente el rechazo sin propuesta. Y me explico. Está bien hacer diagnósticos sobre situaciones que deben mejorar, pero aportar quejas sin soluciones concretas no es más que una muestra de incapacidad y de irresponsabilidad.

En Barcelona, por ejemplo, hemos escuchado a muchos decir “la inseguridad es un problema”. Hasta ahí no han descubierto nada. Han realizado un diagnóstico más o menos acertado. Nada que objetar. El problema es que acto seguido afirman “acabaremos con la inseguridad”. Sin explicar cómo. Son proclamas sobre el diagnóstico que únicamente sirven para dos cosas. Para elevar todavía más un supuesto problema y para dejarnos claro que no tienen la menor idea de cómo afrontarlo.

Sus proclamas sirven únicamente cómo base para actos de fe de los más desesperanzados. Viene a ser algo así como un llamado a los descontentos bajo la falsa promesa de “vótame a mí que te lo arreglaré (aunque no sepa decirte cómo)”.

Hay quienes permanentemente se dedican incluso a hablar mal de su ciudad. A dibujarla como una ciudad al borde del abismo. Y esto no es exclusivo de los grupos de la oposición de la ciudad de Barcelona. Lo vemos también en Badalona y en otros municipios, en que, muchos creen que el único modo de hacer oposición es denostar la ciudad que representan.