Me licencié en Sociología y Ciencias Políticas, ahora ya hace unos cuantos días de eso… Pero, cada vez que pienso en aquellos tiempos, a menudo vuelven a mi memoria las sabias palabras de un gran profesor de aquella facultad. Nos invitaba, abierta y desacomplejadamente, a mentir en las encuestas, en cualquier tipo de cálculos estadísticos a partir de los cuales se hacen inferencias, deducciones y yo que sé cuantos malabares numéricos. Su tesis siempre fue muy clara: cada vez que quieran saber lo que pensamos, lo que hacemos, lo que nos gusta… Si mentimos, esos datos van a convertirse en papel mojado, pura chatarra. Y si quieren conocernos y nuestras cifras no corresponden con la realidad, estaremos comprando el salvoconducto a la libertad. Mentir en las encuestas como mecanismo infalible para seguir siendo imprevisibles, esquivos, no controlables.

Ahora que se avecinan elecciones municipales en Barcelona, vamos viendo, día sí día también, como todos los candidatos se manifiestan sedientos de datos significativos, relevantes, orientativos… Se les nota, quieren saber, necesitan "controlar lo que está pasando y lo que va a pasar”. Pues eso, no se lo pongamos tan fácil, no seamos tan tremendamente obedientes (bons minyons…). Que se lo tengan que currar más, que gobiernen de verdad, sin cálculos triplesaltomortales ni fardando de previsiones de futuro.

Recientemente, me he enterado de que, en realidad, todos mentimos, a todas horas y a todo el mundo... Menos a Google, claro. ¡Así de fuerte! Se trata de unas alucinantes conclusiones a las que ha llegado el experto en análisis de datos Seth Stephens-Davidowitz.

Al parecer, las personas mentimos acerca de cuántas copas nos hemos bebido antes de regresar a casa al volante de nuestro coche. Mentimos descaradamente sobre las veces que vamos a sudar al Gym. Incluso mentimos sobre qué libro acabamos de leer y todavía descansa en nuestra mesita de noche. En el trabajo, muchísima gente dice estar enferma cuando en realidad está como un pincel. Alguien te asegura que va a llamarte, que va a enviarte un whats… Y acaba no haciéndolo. Y si hechas un vistazo por la gran ventana de las mentiras en tecnicolor que es Instagram, la gente trata de demostrar a toda costa que es feliz mientras en la madriguera oscura se atiborra con antidepresivos y demás fármacos tutticolori.

Seth Stephens-Davidowitz es un brillante y reputado analista de datos, columnista del New York Times y profesor en la Wharton School de la Universidad de Pensilvania, centro docente americano desde el que cada año da un curso acerca de como podemos llegar a entender el comportamiento humano a través del big data.

Así de contundente y revelador. A Google le contamos todo aquello que no comunicamos a nadie, y lo hacemos a través de los ocho billones de gigabytes de datos que, cada día de cada día, dejan tras de sí las búsquedas que hacemos en internet.

De hecho, esas tan personales e intransferibles búsquedas en Google, ya constituyen la más ingente colección de datos sobre nuestra mente humana.

Y es que, en realidad, nos pasamos el santo día mintiendo, a diestro y siniestro, cuando nos hacen encuestas (por muy anónimas y asépticas que sean), mentimos a los demás y nos hacemos incluso trampas al solitario. Mi próximo libro se titulará Elogio de la mentira. ¡O puede que no!