Eduardo Mendoza inmortalizó Barcelona en La ciudad de los prodigios. La Barcelona que se movía desde el inmovilismo a la revolución industrial, y social, que jalonó el final del siglo XVIII y principios del XIX. Esa ciudad viva que la puso en la mapa mundial con sus luces y sus sombras. Tengo que reconocer que la novela me fascinó aunque tiene poco mérito porque Mendoza me fascina porque define como nadie los contrastes de Barcelona en muchos de sus libros.

¿Contrastes? Para aburrir tenemos. Eso sí, en estos días nos hemos encumbrado. El Mobile se estrena y vuelve a poner a Barcelona en el mapa mundial económico, tecnológico y turístico. Seguro que para algunos esto es un agravante, para la mayoría una enseña de un modelo de ciudad que conviene cuidar. Otros están en otra onda, “hay que poner freno a las políticas de la marca Barcelona”, decía la candidata de la CUP, Basha Changuerra, cuando presentó su candidatura. Es su forma de entender Barcelona, el contraste. Frente al progreso, el decrecimiento. Pero esta semana, la señora Changuerra se ha superado pidiendo un debate de país “para suprimir una habanera” como El meu avi, retirar los gigantes negros de Santa Tecla o los gigantes cubanitos de Sitges, amén de retirar el apoyo institucional a la Feria de los Indianos de Begur.

Intentar tapar la historia siempre es una mala noticia, porque la historia está ahí y nos sonroja que nuestros antepasados fueran negreros, esclavistas y también tiranos en las fábricas catalanas en las que no había ni negros, ni moritos. Solo catalanes y emigrantes de otras zonas de España. Era una sociedad con excesos, pero somos herederos de esta sociedad aunque no nos guste, como lo somos del franquismo aunque lo hayamos combatido. La sociedad catalana estaba lejos, como todas, de ser idílica y afrontaba sus propias contradicciones y sus vergüenzas. Son los contrastes. De los obreristas y los anarquistas a los catalanistas pasando por la burguesía autoritaria que hacía su fortuna a costa de la fuerza del trabajo o del tráfico humano. Pero este debate no puede banalizarse en un “debate de país” sobre el meu avi, los mercadillos o los gigantes.

Son los contrastes. Por un lado el Mobile y por otro las extravagancias. Por un lado, que la Fundación La Caixa aumente sus recursos que muchos estarán destinados a familias vulnerables catalanas y que más de 190.000 catalanes hayan solicitado la ayuda de los 200 euros, y por otro, los especuladores y los que se ríen de estas ayudas desde sus cómodos salones del Barrio de Salamanca. De las inversiones extranjeras que fortalecen la ciudad en el mundo tecnológico hasta los despidos masivos de Amazon. Son las dos Barcelonas, las dos Catalunyas y las dos Españas.

Yo sigo pensando en la propuesta de la señora Changuerra y veo que no es de este mundo. O yo no soy del suyo, sin duda. No soy del mundo que rompe con Tel Aviv por no se sabe qué intereses electorales como hace la señora Colau. Soy más del mundo que quiere seguir colaborando con Tel Aviv, un gobierno de izquierdas que planta cara a la ultraderecha religiosa y política de Netanyahu, sin olvidarnos que hacerlo con la capital hebrea es hacerlo también con Gaza, victima de las políticas sionistas y depredadoras del gobierno israelí. Son los contrastes. El postureo ideológico, y muchas veces patético, frente al pragmatismo.

A pesar de los que han tratado de desfigurar Barcelona, los que creen que pintándola de colores y poniendo bloques de hormigón hacen una ciudad mejor, la ciudad sigue siendo de los prodigios. El 28 de mayo tendremos la oportunidad de darle un empujón a La ciudad de los prodigios o de dar paso a La Gangrena, de Mercedes Salisachs. Ya saben, los contrastes